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Pacto por el país

No cabe duda de que este ha sido uno de los años más retadores para el país.

20 de octubre de 2017 Por: Julián Domínguez Rivera

No cabe duda de que este ha sido uno de los años más retadores para el país. Las dificultades de la desaceleración por cuenta de la caída de los precios del petróleo, sus consecuencias en la capacidad del gasto público, la polarización que impone miedo y paraliza la inversión y el consumo, y las dimensiones que ha adquirido el cáncer de la corrupción, son grandes preocupaciones.

Este estado de cosas han afectado el ánimo colectivo y, en el caso de los empresarios, los ha llevado a aplazar decisiones de inversión a la expectativa de que mejoren los vientos. Y si bien hay señales de que las cosas están mejorando en este segundo semestre, todavía existe mucha incertidumbre y cautela.

Los retos que tenemos como sociedad son de gran calado. De un lado, se requiere mayor celeridad en la ejecución pública y privada para irrigar a la economía recursos fundamentales que ‘empujen’ la industria, el empleo y el consumo.

Del otro, nunca como ahora se requiere que le ganemos la batalla a la corrupción para construir confianza que permita sacar adelante nuestros más altos proyectos colectivos como nación. Se trata de un mal enquistado en nuestra sociedad con efectos profundos en la confianza y la estabilidad de nuestras instituciones.

Pero no debemos llamarnos a equívocos: Colombia ha superado por décadas desafíos profundos y este no le puede ni le va a quedar grande. Son mayoría los colombianos de bien, que enfrentan su tarea diaria con base en el respeto por las normas, que condenan la cultura del atajo y a quienes quieren surgir pública, social y económicamente a través de la ilegalidad.

Ante los hechos, lo peor es cruzarse de brazos. Se requiere el aporte de todos para concertar iniciativas creativas que ayuden a mejorar los indicadores de crecimiento y el bienestar de la población. No podremos conseguir resultados diferentes haciendo lo mismo.

Es necesario pensar con mayor audacia para superar los obstáculos. Ser simples espectadores de nuestro presente y, por consiguiente, ser pasivos en la construcción de nuestro futuro nos pasará la factura tarde o temprano.

La tarea es ser protagonista de los cambios que requiere Colombia. Sin duda, atravesamos dificultades en varios campos, pero si nos convertimos en propagadores del desastre, ese es el resultado que vamos a obtener.

Pasamos, entonces, por un momento trascendental, en donde es necesario que desde todos los sectores hagamos un pacto para poner al país por encima de todo: de colores o gustos políticos, de corrientes de desarrollo disímiles o de intereses electorales o particulares.

Y lograr trabajar colectivamente en aquellos temas en los que se requieren esfuerzos de fondo, como la lucha contra la corrupción, la formalización empresarial, los deberes cívicos en donde el respeto por el otro es el principal pilar y otros tan cotidianos como honrar las obligaciones y profundizar en la cultura del cumplimiento de la ley y la puntualidad.

Y así pasar de la indignación a la acción. Si rechazamos desde nuestra cotidianidad toda conducta que implique ventajismo, que sea antiética, ilegal o injusta, le estaremos haciendo un gran aporte al país, sobre todo, porque estaremos enseñando a nuestros hijos y nietos formas correctas de actuar a través del ejemplo. Y recalcarles que el trabajo duro y honrado, como lo decían y hacían nuestros abuelos, es la mejor forma de alcanzar nuestros objetivos.

Si hacemos de la solidaridad, la ética y el interés por el bienestar colectivo nuestro signo, no cabe duda de que vendrán tiempos mejores para Colombia.

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