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En Colombia para el 2021 se reportaron 275 suicidios de menores entre los 5 y 17 años, seis de ellos a causa del matoneo. Las cifras son dolorosas, aún más si reconocemos que existe un subregistro.

2 de marzo de 2022 Por: Juan Esteban Ángel

Mi familia está hoy frente a una decisión importante: la elección del colegio para nuestros hijos. Las realidades que vivimos actualmente en el mundo hacen que la decisión sea de la mayor trascendencia, no solo para los niños, sino para toda la familia.

Coincide el momento con la dura noticia del niño Drayke Hardman que el 9 de febrero se quitó la vida como consecuencia de un constante matoneo en su colegio; hecho que sus padres hicieron público para que se tome conciencia sobre este silencioso flagelo que afecta a tantos niños.

Abordar este tema del bullying y hacerlo de manera reflexiva se vuelve necesario, pues sin duda todos los padres deseamos que los espacios educativos donde estén nuestros hijos sean entornos seguros; en donde además de estudiar, ellos tengan las oportunidades de socializar en sana convivencia con sus pares. La reflexión no debe sólo girar en torno en que nuestros hijos no sean víctimas, sino también, a la prevención para que no se transformen en victimarios.

El llamado ante esta terrible realidad surge con más fuerza con el reciente informe dado a conocer por la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras, que indica que entre enero de 2020 y diciembre de 2021 en Colombia se reportaron 8981 casos de bullying, 4% de ellos en el Valle del Cauca. El acoso escolar y el ciberacoso causan 200.000 muertes al año en todo el mundo. En Colombia para el 2021 se reportaron 275 suicidios de menores entre los 5 y 17 años, seis de ellos a causa del matoneo. Las cifras son dolorosas, aún más si reconocemos que existe un subregistro.

Según expertos, adicional a la deserción y el fracaso escolar, el ‘matoneo’ es una de las mayores amenazas para el sistema educativo. Ya sea físico, psicológico, de forma presencial o virtual, este se basa en un ejercicio de exclusión, maltrato, prejuicios y discriminación del otro por algún rasgo de diferencia -raza, tamaño de su cuerpo, nacionalidad, género, edad, personalidad, etcétera-, pero a su vez sucede en todos los escenarios escolares, sin importar condición social o económica.

El bullying termina siendo una reproducción de la sociedad en el contexto escolar y en esa medida su abordaje implica entonces una transformación no solo en las instituciones, sino a nivel social, reconociendo que hemos naturalizado conductas de acoso y legitimado discursos y actos de discriminación y rechazo, muchas veces sutiles, siendo permisivos ante hechos conscientes de agresión.

Pensando en el colegio para nuestros hijos, creo que las instituciones educativas tienen una especial responsabilidad de cuidado, vigilancia y acompañamiento de los menores dentro de sus instalaciones, y deben estar preparados ante el fenómeno del bullying, con protocolos claros y medidas de reforzamiento positivo, más allá de lo punitivo.

Pero también tengo claro que el problema va más allá de las fronteras de las instituciones, que la formación de seres humanos empáticos y respetuosos es producto del trabajo integrado entre las familias, los colegios y el Estado, y que juntos tenemos la corresponsabilidad de abordar el tema de forma estructural y desde un modelo de educación basado en valores y principios de humanidad.

Como padres debemos asumir nuestro compromiso directo para formar seres humanos que respeten y promuevan la diferencia, capaces de construir relaciones desde la empatía y entregarle a la sociedad adultos que construyan a partir de la diversidad. Esa es nuestra mayor contribución social y con ella, tenemos el potencial de transformar muchas de las realidades dolorosas que hoy aquejan nuestra sociedad.
Sigue en Twitter @Juanes_angel