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Xiomara 2

Recién apagamos la luz de las velas y con los corazones bombeando...

13 de septiembre de 2011 Por: Jotamario Arbeláez

Recién apagamos la luz de las velas y con los corazones bombeando contra sus frágiles hombros, ella dijo que siempre repasaba el librillo ‘A los pies del Maestro’, ¿ustedes no lo han leído? Eran las palabras del Maestro perfecto transmitidas por el discípulo, y portarlas la protegía de todo mal y peligro. Que ella reconocía ser el nuevo discípulo y que había percibido que uno de nosotros dos debería ser el Maestro. Ambos sentimos inmediatamente choqueadas nuestras turbias conciencias de enajenados, y desconfianza de que el otro pudiera ser el que no era uno. Nos invadió a ambos, como después nos confiamos, un profundo dolor en el bajo vientre. Nos levantamos, la cubrimos con la cobijita de lana, y nos pasamos el resto de la noche jugando una partida de damas chinas bajo la luna del patio hasta caer de frente rendidos sobre el tablero. Cuando despertamos, desayunaba con Eduardo y Amparo, y, con la propiedad de un joven Jesús ante los doctores, les hablaba del Maestro que le enseñó a ser quien fue al discípulo Krishnamurti, el Maestro de esta discípula. Los ojerosos anfitriones nos miraron con aprobación por haber detectado a ‘una enviada’ desamparada y haberla protegido y llevado a casa, y sobre todo, por el piadoso respeto corporal de que habíamos hecho gala, algo que a todas luces los tenía desconcertados. Le ofrecieron a Xiomara que se quedara a vivir con ellos para compartir el Maestro, y nosotros nos pasamos, con el rabo entre las piernas, a la casa de los alacranes, chez Darío, donde el camastro era igual de angosto y sólo nos permitía soñar de lado.Allí descubrimos, en una enciclopedia recién recuperada, que Xiomara era un apelativo de origen árabe que significaba a la vez, “la estrella más hermosa del universo” y “la más sutil y bella entre todas las mujeres”, en la filosofía maya “diosa de la belleza, de la pureza y de la virtud”, en guaraní “agua que corre”, “mujer de lucha” en Brasil y en otras culturas iba de “mujer ilustre” a “flor de la selva”, “diosa del fuego”, “diosa del mar”, “hechicera o diosa del bosque”.Al tercer día nos visitó un nervioso Eduardo con la noticia de que anoche no había ido a parar Xiomara y temía que le hubiera pasado algo porque se le había quedado sobre el camastro ‘A los pies del Maestro’, su talismán contra los peligros. Conscientes de nuestra misión de guardianes de la inocencia, nos repartimos en brigadas, Manuel Quinto y Eduardo, y Darío y yo. Reclutamos a todos los pepos de la ciudad para que nos ayudaran en la pesquisa, doce años, cabellos largos y negros, descalza, caminar lento, túnica gris, responde al nombre de Xiomara. Esculcamos la noche de la ciudad, sus lugares más peligrosos, parques y antros, invocando su santo nombre en vano. Coincidimos en el parque Bolívar donde los roñosos marimberos nos dijeron no haberla visto, y como si se hubieran puesto de acuerdo sus ojos rojos, que realmente nunca la vieron. Imposible poner en duda la existencia de ese ser que habíamos palpado con estas manos que no mancan una caricia, no podía ser efecto de la cannabis punto rojo ni de nuestra conciencia en evolución delirante. En la casa de Eduardo, al retorno, nos inclinamos ante ‘A los pies del Maestro’ sobre el camastro impoluto. Lo besamos y lo rifamos. Hoy que lo encuentro entre mis libros de viejo, recupero esta historia. Al escribirla pienso, 43 años después, que el Maestro que vislumbrara Xiomara, debió ser este escriba ya desligado del yo. Con perdón del hoy ya tibetano Manuel. Mejor aún, que la Maestra, si las hay, y a esa edad, era ella. ¿Estará ahora en el Tibet? Sri Eduardo, en vista de que el avatara Darío ya es también tibetano, ¿qué opinas tú? P.D. “Me parece acordarme de Xiomara, que desapareció al tiempo que mis obras completas de Krishnamurti. Pero nada más… Y ahora, qué pienso… Yo ya no pienso”. E. E.

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