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X-504

Jaime madrugaba a su trabajo en el Palacio Nacional, a media mañana Alfredo Sánchez que era contador en un almacén vecino, donde Pedro Ossa, les llevaba café y unas empanaditas preparadas por su señora.

13 de septiembre de 2021 Por: Jotamario Arbeláez

Desde que era un minúsculo animalito con pretensiones de poeta aspiré a la grandeza, y si no la alcanzaba por más zancos en que trepara o pirámides que escalara, por lo menos en alguien que conociera con sus zapatos de calle. Y tuve la fortuna de palparla muy pronto, nada menos que en el combo de los amigos que me hice antes de alcanzar los veinte años. Casi todos eran geniales, locos y peligrosos, como rezaba su tarjeta de presentación, pero el más genial de todos era el menos loco y el para nada peligroso Jaime Jaramillo Escobar, quien para que nadie lo descubriera pues trabaja en la Administración de Hacienda chequeando evasores del fisco y podrían correrlo del puesto, se seudodenominaba con el número de su cédula 504548, que le hice apocopar a X-504 para conservar por lo menos la mitad de su incógnita, y así no fuera tan fácilmente detectado por los computadores fiscales.

Cuando el profeta Gonzalo Arango llegó a Cali a predicar su ‘evangelio de la nueva oscuridad’, como el muy ateo definía su inventico contrarredentorista que bautizó El Nadaísmo en el Jordán de la poesía, me tocó estar sentado en La Tertulia en medio de dos de sus condiscípulos del Liceo Juan de Dios Uribe, de Andes, su patria chica, Alfredo Sánchez y Jaime Jaramillo Escobar. Los tres fuimos ungidos, con otros como Diego León Giraldo y Dukardo Hinestrosa, abanderados sin palo del nadaísmo caleño. Sánchez se encargó de dirigir el suplemento literario Esquirla donde comenzó a divulgarnos, y Jaime compró una máquina de escribir para pasar en limpio su pensamiento, que hasta entonces sólo se manifestaba por lápiz.

En 1960 Gonzalo y Amílkar U. de Medellín, Elmo Valencia y Jotamario de Cali, emprendimos lo que debería ser la primera gira nacional en busca de conquistar adeptos juveniles para la causa, o como denunciaban los profesores para corromper a la juventud. Luego de hacerlo en Manizales y Pereira caímos en Cali y fuimos a dar con los huéspedes a la habitación de Jaime, quien a pesar de sus remilgos higiénicos acogió en su cama a los fundadores del acabose. Mientras Elmo y yo retornábamos a nuestro respectivo hotel-mamá. La idea era pasar unos días de sultanato y seguir a Buenaventura, Popayán, Pasto, y luego abordar todas las capitales. Elmo acababa de llegar de los Estados Unidos, donde dice que estudió física nuclear pero en realidad se la pasó correteando en plan beatnik por Nueva York y Chicago. Gonzalo había conocido el Chocó, Cali y Bogotá. Pero Amílkar y yo, menores de 20, ni siquiera habíamos salido diez cuadras a la redonda de casa y ya nos sentíamos listos para conquistar el mundo con la palabra endiablada.

Jaime madrugaba a su trabajo en el Palacio Nacional, a media mañana Alfredo Sánchez que era contador en un almacén vecino, donde Pedro Ossa, les llevaba café y unas empanaditas preparadas por su señora.

La Colombia del medio siglo pasado hacia acá ha dado inmensos poetas, como Mario Rivero, Giovanni Quessep, José Manuel Arango, Juan Manuel Roca, María Mercedes Carranza, Raúl Gómez Jattin, Piedad Bonnet, Lucía Estrada. Pero hay un poeta superlativo que desde la publicación de su primer libro, Poemas de la Ofensa, con el cual ganara el Premio Cassius Clay de Poesía de la Editorial Tercer Mundo en 1967, conquistó la supremacía, cosa que a él, dado su desprendimiento de lo superfluo y lo enaltecedor, le importó un pito. No hablo de los otros poetas del nadaísmo que para mí todos brillan con luz propia, y no por pertenecer a mi propia corriente nadaísta. Pero, con o sin corriente, la poesía del antiguo X-504 es la que en verdad me ilumina y aún más, me electriza.

Esto que están leyendo es un papelito que encontré entre mis archivos, ahora que me encuentro correteando el Mediterráneo, y recibo noticia de que este mi amigo por quien descubrí que tengo alma, acaba de tomar transporte a la eternidad. “La eternidad tiene tiempo de esperarme”, escribió hace 60 años en su cuarto caleño, donde también decía que escribía para los hijos de las astronautas. Y ya los hijos de los astronautas, como yo, también son abuelos.

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