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Toque de queda en el paraíso

Volví al libro, de esto hace ya varios meses, que comienza como un idilio rosa en comparación con Bukowsky, y va evolucionado hacia la tragedia de la separación obligada, como nos pasó tantas veces, y mientras le echaba al hogar nuevos troncos, recibí la noticia de la muerte de Santiago García

26 de abril de 2021 Por: Jotamario Arbeláez

Estuve trabajando toda la vida -la vida útil, como se le dice, de la cual me quedan algunas hebras-, en tres actividades para las que no había estudiado pero en las cuales resulté apto empíricamente: la publicidad, el periodismo y la poesía. Curiosamente 3 pes, mediante las cuales pude ir tirando, como se dice, sin necesidad de prostituirme. Todas realizadas con el estandarte de mi pluma de ganso con tinta Parker y, más tarde, cuando viajé a San Andrés por una de contrabando, mediante el tecleo de la Hermes Baby.

Para qué me iba a servir el producto de 60 años de bamboleo palabrero sino para terminar con una casa de campo edénica, en el paraíso, en MaraVilla de Leyva, instalado con mi última Claudia y dos perros gozques, Dina y León, con cuyos brincos por la campiña alcanzo el éxtasis zen. Mi hija Salomé desde Barcelona me ha hecho abuelo por si algo le faltaba a mi plenitud. Y mi hijo Salvador me acompaña en las caminatas por la montaña mágica, nuestra casa, enfrente del cerro sagrado de Iguaque de donde partió Bachué con su hijo a poblar la tierra.

Muy bien, instalado en frente de la chimenea y dispuesto a leer la novela de Miguel Torres, Breve historia de un amor sin fin, cuya protagonista se llama Dina, como nuestra poeta Dina Merlini, como mi perra, me avisan que el carro de los que venían a instalar el internet mató a Alelí, la cachorrita, la pupila de mis ojos aguados que debí reemplazar con León.
Luego de enterrarla bajo el manzano, y tras el duelo de mi corazón sensiblero, tomé de nuevo el libro del actor y fundador del teatro El Local, cuando tuve noticia de la muerte de mi vecino el pintor Augusto Rendón, haciendo la misma caminata con sus dos perros y mientras desbrozaba el jardín. Una muerte muy dulce, seguramente, más no menos dolorosa por ello. No pude viajar a Bogotá a sepultarlo pero en su honor planté un nuevo aliso en el bosquecillo de robles.

Volví al libro, de esto hace ya varios meses, que comienza como un idilio rosa en comparación con Bukowsky, y va evolucionado hacia la tragedia de la separación obligada, como nos pasó tantas veces, y mientras le echaba al hogar nuevos troncos, recibí la noticia de la muerte de Santiago García, fundador del teatro La Candelaria, quien a través de su arte, mostrando las iniquidades de los sucesivos gobiernos, nos confirmó en el afán reivindicador. De él partió el gran teatro en Colombia, labor que continúa su valiente mujer Patricia Ariza con el reconocimiento del mundo.

El libro termina con la heroína Dina en un ancianato, paciente de Alzheimer, y él la descubre, va a visitarla, y mediante algunos boleros logra que reaccione y bailan una pieza que termina en beso. Un beso parecido al que le di a la Merlini en días pasados en el ancianato de San Andrés. A Dina, el amor sin fin del poeta Eduardo Escobar, de quien recibí la noticia de que un mastín en Medellín lo estampilló contra las baldosas, le quebró el coxis y le desgarró el pulgar derecho con el que separa las palabras, en un proceso doloroso. Y en ese momento entró a la casa mi perrita Dina con un machetazo en el vientre propinado por quién sabe quién.

Tenía que ser un “profeta de la nueva oscuridad” como nos bautizó el profeta de la oscuridad nueva, para que me pasara que cuando tomé posesión del paraíso, en pleno Génesis adámico se presenten las señales del Apocalipsis, con el virus contra las todas criaturas del mundo. Y eso que el manzano no alcanzó a frutecer y las serpientes no superan el cercado electrificado. Por lo demás, desde que San Nicolás me consagró “profeta de la nueva luz en las tinieblas”, el diablo debe tenerme miedo.
Ahora estoy recluido en el último rincón de mi biblioteca redactando las últimas páginas de mis confesiones, tal vez para las editoriales del viento. Un best séller para el Valle de Josafat.

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