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Por la vida

Cada vez que regreso a Cali, me apoltrono en el sillón donde...

28 de febrero de 2012 Por: Jotamario Arbeláez

Cada vez que regreso a Cali, me apoltrono en el sillón donde en casa de mi cuñado Harold Sánchez sentara cátedra su padre el payanés don Luis, que alcanzó los 105 años impávido, y cuyo secreto de longevo era caminar todos los días 40 cuadras dándole vueltas a la manzana con el bastón sobre el hombro, a las cinco de la tarde comerse un plato de chicharrones con patacón, y a escondidas de su hija teñirse de negro el bigote cada vez que percibía que una sardina le coqueteaba.Lo enterraron hace dos meses, lamentando que no hubiera alcanzado la edad de sus tías que habían llegado a los 115 y 117. Me recuerdo entre sus visitantes a escuchar sus evocaciones, mientras más antiguas más vívidas, y sus reflexiones acerca del comportamiento del vecindario, y me maravillaba que siempre empezaba y terminaba con sendos versos del poeta surrealista Louis Aragón, de un libro que mi cuñado no me ha devuelto. “Gracias a Dios el descanso del hombre es que muera”, citaba, pero añadía que él no tenía prisa, que el Cielo podía esperarlo y la vida convertirse en un calvario florido y paradisíaco si uno lograba extirparle a los pétalos las espinas. El secreto de la felicidad no es ningún secreto, decía en voz muy baja, consiste en no hacerse mala sangre por nada. La eternidad en vida podría ser posible para el hombre desentendido. Uno no le hace mal a nadie sino cuando se declara triunfante, o peor aún, un hombre feliz. Se considera casi como una traición a la patria por parte de tanto paria. A uno quisieran seguirlo viendo como lo fue en algún momento -y de allí surgió para la bienaventuranza-, la mata del sufrimiento. No hay nada más insoportable que escuchar a alguien cantar victoria, es el único canto que duele. Pero allá cada uno con sus proclamas. Lo único digno que se puede dejar al mundo es la palabra, que crea, vivifica y ejemplifica. Y ella está dada ante todo en la poesía. Que es lo único que leo después del periódico. Éste publica lo que sucede y ya no sucede nada distinto de las atrocidades de cada día. En cambio la poesía, al decir de monsieur Aragón, nos ofrece las noticias del mundo por venir. Y este mismo poeta afirma, y yo le creo: “Ya es demasiado tarde para aprender a vivir”. De entre las frases de mi infancia en San Nicolás, no hay ninguna que me parezca más cargada de sentido de solidaridad y confraternidad que la que gritábamos cuando los de la barra de la 20 arremetíamos a piedra contra los de la barra de la 23, donde combatía mi por entonces desconocido y hoy amado novelista Rodrigo Parra Sandoval, y esa frase era: “A morir juntos”. Qué diferencia, en ese tiempo de pandillas no moría nadie. Los del M-19 tenían una frase rotunda sobre la muerte, y era “El que se murió se jodió”, mientras avanzaban. En esa aparente banalidad está implícita la anti solemnidad de lo viviente y de lo muriente. Hasta Bateman, que era el geniecillo de la revolución como fiesta, desapareció de la escena ideológica con el derrumbe de su helicóptero. Pero sus discípulos lograron tomarse el otro Palacio de la Plaza de Bolívar, y van en pos del tercero.Vine a Cali porque me invitó Adolfo Vera -médico cardiólogo payanés enamorado de la literatura, la pintura, la música y el teatro, que son amantes que no abandonan-, a su tertulia número 101 y a celebrar su cumpleaños 63. Un par de cangrejos le atenazan las partes más sensibles de cuerpo y alma. Pero sigue siendo su corazón el más cordial campamente para su horda de amigos. Allí estuvimos consumiendo ríos de vino en el ágape de todas las artes y de la vida. (Ver la crónica completa en http://ntc-eventos.blocspot.com/2012_02_26_archive.html). Levanto otra vez mi copa para brindar por el generoso amigo galeno a quien deseo larga vida, deseo extensivo a mis amigos y hasta al enemigo que aún me cela.

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