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Poetas colombo cuates (1)

En la Feria Internacional del Libro de Bogotá tuve el privilegio...

5 de julio de 2011 Por: Jotamario Arbeláez

En la Feria Internacional del Libro de Bogotá tuve el privilegio de presentar varios libros, uno de ellos el que pasaré a referenciar. Lo hago públicamente porque estos textos introductorios, escritos con emoción y devoción, suelen no pasar del oído de los asistentes a los eventos. Y si uno tiene una tribuna que el lector frecuenta, ¿por qué no hacerle el honor al libro de expandir su alcance? Si hay un renacimiento de la poesía editada hay que jugársela por que circule. Debo confesar, antes de hablar de la antología de poesía joven colombo-mexicana preparada por Federico Díaz-Granados, e impulsada por nuestro embajador y poeta Florencio Salazar Adame, que mi primer contacto con las cosas del mundo y de la poesía tuvo que ver con México a través de sus libros y películas, y por ello le debo tanto a Amado Nervo, autor de ‘La amada inmóvil’, como suelen ser todas ellas, y a Manuel Gutiérrez Nájera, autor de ‘Las novias pasadas son copas vacías’, como suelen terminar todas las copas, como a los laboratorios Churubusco Azteca, que me pusieron en contacto con Dolores del Río y Pedro Armendáriz, María Félix y Arturo de Córdoba, Elsa Aguirre y Jorge Negrete. Puede ser que los poetas nombrados no fueran los mejores del mundo, pero por algo se empieza, como explica Gabo. Después llegaría a Paz y a Jaime Sabines y a Alí Chumacera, quien alivió de comas a Pedro Páramo, y al Buñuel de ‘Los olvidados’. Era por entonces un joven con ínfulas de poeta, interesado por esa escuela del demonio, como consideraba por entonces la beatería las pistas de baile. Y camaján por añadidura. ¿Sabe lo que era un camaján en esa época? Un bailarín arrebatado de música mexicana y caribeña de los años 50. Su atuendo consistía de pantalones de bota angostísima con doblés estilo tarro y chaqueta de paño a cuadros con solapas anchas -como ancha era la pretina del pantalón por encima de la correa bien angosta- y cuyos bordes daban hasta cuatro dedos abajo del largo de la mano. Zapatos combinados y con puntera punteada, más una extra de suela en los tacones por aquello de la estatura. El cabello, que formaba una bomba sobre la frente llamada ‘mota’, se apretaba con gomina en los parietales y se entrecruzaba en la perpendicular del occipital. Al caminar, oscilaba sus brazos por detrás del cuerpo y las puntas de los zapatos apuntaban hacia los lados. Su ídolo era Daniel Santos, quien en Cali tuvo un sosías, el cantante Tito Cortés, introductor de la yerba en el tablado de los artistas del ritmo. El camaján, también llamado ‘pachuco’, era el preferido como chulo por las prostis de postín. Cada vez que se encontraba con alguien lo primero que expresaba era “uy, hermano”, oración heredada de los cómicos mexicanos Resortes y Clavillazo, que marcaban la tónica gracias a Churubusco Azteca. Su jerga impuso la palabra ‘legal’ como sinónimo de bueno, agradable. De allí armé en un arrebato iluminado mi frase famosa: “¿Qué necesidad hay de legalizar la marihuana, si la marihuana es ‘legal’?”, como parece que se les está olvidando a quienes siguen en la campaña. De todas maneras no se legalizó a tiempo, y miren en las que andamos metidos. No legalizar la droga es una manera indirecta de darle patente al narcotráfico, con la violencia que conlleva. El hecho es que México fue definitivo en mi vida, así me critiquen por el machismo que aprendí de sus películas. Si me preguntaran cuál es el país que más amo aparte del propio, diría que México. Claro que si estuviera delante del embajador de Cuba diría que Cuba, como si estuviera delante al de los Estados Unidos diría que Venezuela.

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