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Poema prepago

Nunca escribí un poema a una mujer para irrespetarla, sino para lo...

21 de mayo de 2013 Por: Jotamario Arbeláez

Nunca escribí un poema a una mujer para irrespetarla, sino para lo contrario, para hacerle el homenaje de punzarla con él, con el debido respeto, así como nunca escribí un poema de ardorosas lisonjas buscando merecer los favores de una mujer. Pensé que si se aplicaba para eso, el poema era un arma innoble, por cuanto su milenario prestigio bastaba para hacerle perder a la pretendida las defensas. Para eso existen otros recursos no violadores de los pactos de Ginebra con tónica, diamantes, flores, serenatas y chocolates. Además, que si era a una mujer muy bella el poema corría el peligro de no estar a su altura. A esas mujeres que despiertan los deseos del mundo entero no tiene uno por qué soñarlas, pues si -a pesar de que el poema no es un valor de cambio-, llegare a abrirse la oportunidad o la grieta, no habría dónde meterse.Hace poco leí que un maniático corresponsal electrónico -quien resultó caníbal- contactaba a sus víctimas con poemas virtuales teñidos con toques de tantra y esoterismo y las féminas descrestadas cayendo en sus garras y en sus fauces. Y había qué leer tales poemas. Ven a mí con tu cuerpo astral y floral, y desastres por el estilo. Una mujer que caiga con esa lírica merece que se la coman.En una conferencia donde planteaba estos teoremas alguien me ripostó que había leído una poesía que yo le había escrito a una dama, a lo que le tuve que contestar que ni tan dama ni tan poema, porque se lo escribí cuando ya nos estábamos quitando las servilletas. O sea que los poemas son para saborearse después de quedar saciado y no para cortar camino cuando se propone un levante.Desde que la vi por primera vez por televisión desfilando en la pasarela con los senos desbordando las copas y el hilo dental hincando sus labios, no han tenido mis ojos paz, ni mi mano derecha ni mi extremidad otra también derecha, ni el diablo de mi alma me ha dejado de tentar para que por lo menos trate de besarle un dedo, pues Natalia París es algo así como la Helena que perdió a París. La he visto caminando por su casa de Medellín, decorada con la estética y el poder relajante del Feng Shui en pantaloncitos calientes, aspirando los aromas maderosos del sándalo, el palo santo y el pachulí, y dando acceso a los chorros de luz que le entran por el poniente poniendo a vibrar sus tejidos, mientras que, rodeada de esos afiches de Marilyn Monroe, James Dean, Jim Morrison y John Lennon que también orlan mi cuarto, pinta mandalas y repasa los tres libros que está leyendo al tiempo: Meditando con los ángeles, La esencia de la vida y Ritual de la magia blanca, cuya sabiduría le hace exclamar, como una sabia preceptora del Jardín perfumado entrando a un motel, su divisa: “Vinimos a ser felices y nada más”.Como diosa es perfecto su cuerpo punto por punto y perfecto el todo, con su metro 55, comprimido para el amor, con su pelo volátil como alas de ángeles que no se cambian por nadie a 75 mil pies de altura. Igualmente divinas son la cara y la otra cara, que es el sello que la distingue, inquietas posaderas doradas por el sol que se pierde en ellas. En el amor es Cupido el que la sostiene. Tan leve debe ser que ni siquiera se le rayan los codos ni las rodillas. Celoso la he visto hacer el amor con un oso todo peluche, oso que quién no quisiera ser, apretado por sus piernas y por sus brazos y demás partes que aprietan. “¡Osita, hagamos el oso!”Con el oro que se me anticipó por este poema, el mejor pagado desde que descubrí la escritura -pues escribo por encargo desde la última depresión-, pienso mandarle a hacer al pintor Hernán Darío Correa una escultura inflable de su imagen para el ropero. Ya que la suma no me alcanzaría ni para roer la uña del dedo chiquito de su pie ingrávido.

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