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Picaflor de camposanto

Asistí ayer a la cremación de un amigo en un jardín de...

27 de octubre de 2015 Por: Jotamario Arbeláez

Asistí ayer a la cremación de un amigo en un jardín de paz donde hace 25 años llevé a enterrar un amor. El amigo había muerto después de un padecimiento de largos años y mi amada de entonces de un estrellón repentino contra la niebla en una carretera desierta. Después de la ceremonia, cuando todos se fueron y quedé solo, eché a caminar por entre las tumbas a ver si identificaba aquella donde reposa la que un día fue algo más que mi vida, la única razón de permitir el progreso hasta el deterioro de estos tejidos que Dios me dio. Debo manifestar que sobrevivir me fue duro, hasta que encontré en un colegio a otra chica que se me presentó como la reencarnación inmediata de aquella que había perdido y en verdad que era idéntica en casi todo. Tanto que todavía la mantengo. Me sentí avergonzado al reconocer que desde la fecha en que dejé depositada en la huesa a mi requerida, y a pesar de haber pretendido enterrarme vivo con ella -de lo que me hicieron desistir a palazos los sepultureros-, no volví nunca a visitarla con una flor. Así es el corazón humano de ingrato, por lo menos el mío. Pero sólo con los amores.Di vueltas y más vueltas con el sol enfocado en mi coronilla. La orientación no es mi fuerte. Y detesto preguntar dónde queda lo que sólo a mí me interesa. La pista nemotécnica era un arbolito que daba a la autopista y lógico que ahora tenía que ser una ceiba señera. La encontré luego de evadir en zigzag deudas con niños que entre los túmulos jugaban a la rayuela. Allí estaba.Sobre la piedra caliza su nombre había sido borrado por las lluvias y el epitafio por los vientos. Pero había también algo manuscrito por la intemperie. Reconocí los caracteres. Era su letra inconfundible. Y decía: “Viejo ven”. Los espantos no son mi fuerte, pero los vellos de mis brazos se me pusieron de punta. Tal vez el viejo era yo ahora, como la joven ella entonces. Y era evidente que me llamaba. Cuando llegaba a reportarme. ¿Sería un milagro de mi amigo, quien en vida había hecho los libretos para narrar la historia de esta niña prodigio?Antes de improvisar una plegaria tomé prestada una flor de cada una de las fosas vecinas y sin detenerme a examinar si combinaban inserté el bocadillo en el agujero. La decoración no es mi fuerte. Soy un escritor de vanguardia y ella sabía que mi especialidad era romper con las convenciones. En voz baja le recé algo así como que continuara siendo mi polo a cielo como antes lo fuera a tierra, lo que me daba más cobertura poética, que me perdonara por haberla suplido con alguien que era tal vez ella misma a pesar de que estaba viva, pero si no lo era que por favor corrigiera mi yerro, que nunca la olvidaba aunque no cumpliera con el ritual de visitar a los muertos, que los cementerios me asustan, que había tenido que vender el cuadro que le pintara Botero, que no había sido aún capaz de redondear el poema prometido que la convertiría en Laura o Beatriz, que había logrado conjurar las amenazas de muerte pero que ya venían por mi próstata.No sé de dónde me salieron unas lágrimas de farsante que rodaron derecho a salarme las comisuras. Una joven de la edad de mi exque arreglaba las tumbas gemelas del papá y la mamá me alargó un kleenex para secarme los ojos. Debió quererla mucho -me dijo, habida cuenta de tamaños lagrimones. Y quién no quiere a su madre, mentí a la joven que me regaló su sonrisa. Es usted muy sensible. Y usted tan bella que parece que me la presentara mamá. ¿Está solo? Solo y sin carro. Pobrecito, venga lo llevo.Y aquí vamos. Tengo que pensar rápido. Los moteles no son mi fuerte. Le pido que pare en un Café Internet. Despacho esta columna. Y seguimos.

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