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Personajes librescos en la vía pública

Cualquiera llega a conocer personas legendarias en su paso por el planeta, por las calles de cualquier ciudad o villorio.

22 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

Cualquiera llega a conocer personas legendarias en su paso por el planeta, por las calles de cualquier ciudad o villorio. Si es escritor, podría hacer surgir del barro literario personajes inolvidables. Dostoievski patentó a Raskolnikov, Shakespeare a Calibán, Flaubert a Madame Bovary, Víctor Hugo a Quasimodo, el Abate Prévost a Manon Lescaut, Álvaro Mutis a Maqroll, Kafka a K y Oliver Sacks al hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Y resultan siendo tan míticos los autores como sus personajes.

La revista Selecciones publicaba -y era mi sección preferida-, Mi personaje inolvidable, donde desconocidos corresponsales pintaban a quienes por algún rasgo excepcional los habían deslumbrado. Se trataba de entes filantrópicos o aventureros que con sus actos intrépidos empujaban hacia adelante a la humanidad. Pero mis personajes inolvidables fueron al contrario, transgresores, por quienes la humanidad también avanzaba.

Andamos a cuestas con personajes literarios, y todos los días van con nosotros enseñándonos cómo se reflejan en nuestros prójimos. Muchos amigos poetas son quijotes sin mácula, cuando no romeos serenateros o enfermos imaginarios. Los esposos de las muchachas que nos gustan otelos empedernidos. Nuestros tíos verdaderos ulises, simbades o rocamboles. Las vecinas del barrio pueden ser madame Bovary, Nana o Margarita Gautier. El tipo que nos pone una cita a ciegas el destripador de Londres. Nuestra casera la segura víctima de Raskolnikoff. Y Los miserables el cortejo de desplazados alrededor de los semáforos.
Uno mismo quiso alguna vez ser Sandokan, el tigre de la Malasia, el Cid Campeador, Orlando furioso, el marqués de Sade, el conde de Montecristo, el vizconde de Bragelogne, el barón rampante, el caballero de Seignalt, el pobre de Asís, Ricardo Corazón de León, el gatopardo, el lobo estepario, el hombre mono, el hombre que fue jueves, el hombre que hizo llover coca, el hombre elefante, el atrevido muchacho del trapecio volante, el cazador oculto, el fantasma de la ópera, el último justo, el último mohicano. David Coperfield, Hukleberry Find, Hertzog, Quincas Brancas, Artemio Cruz, Pedro Páramo y hasta Rosario Tijeras.
Pero tuvo que conformarse con ser el espécimen 35 millones de un país cebado en el holocausto. Porque somos el país más cruel de la tierra, y eso daría tema para el libro más cruel de la literatura, por el autor más cruel del país.

Pero es consenso general que no se debe hablar mal de Colombia, porque qué dirán en el exterior. Como si en el exterior no supieran lo que no sabemos nosotros. Pero no desvariemos, que no somos conspiradores contra el sistema. Si lo fuéramos, no nos expresaríamos de manera tan libérrima. Los maledicentes piensan lo que los malpensantes dicen, que somos unos juglares por donde el sistema drena sus porquerías con la tranquilidad de que nadie nos pondrá bolas.

La revista española Qué leer seleccionó, por consulta, los 50 personajes más famosos de la ficción literaria, y entre los diez primeros se encuentran esos fantoches que son Alonso de Quijano y Sancho Panza, el colino de Hamlet, la descocada Emma Bovary, el tramposo Ulises, el insípido Peter Pan, el bochornoso Gregorio Samsa, el culipronto Dorian Gray, el sórdido Kurtz de El corazón de las tinieblas y la ardiente Lolita de Nabokov. De todos me quedo con la ninfeta, sin temer a que me tilden de viejo verde, pues desde mis verdes años ha sido mi preferida. Tanto por la historia, una niña de 12 que seduce a un hombre de 40, como por la destreza de un ruso incursionando en el idioma de Shakespeare. En un principio la obra fue escándalo editorial. Pero terminó siendo la máxima banderilla que le clavara Rusia a Estados Unidos, más significativa que el Sputnik en su momento. Y eso que Nabokov renegaba del socialismo, era un ruso blanco.

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