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Mis sueños con ángeles

Una vez leí, tal vez en El retorno de los brujos: “Bienaventurado el que pierde la cabeza en la tierra, porque ése la encontrará en el Cielo”.

17 de marzo de 2020 Por: Jotamario Arbeláez

Una vez leí, tal vez en El retorno de los brujos: “Bienaventurado el que pierde la cabeza en la tierra, porque ése la encontrará en el Cielo”. No tengo ningún signo de haber perdido la cabeza, salvo que hable ahora sin escrúpulos de las cosas del Cielo. Había dejado de creer en ese aposento divino desde que leyera por ahí que el éter, ese oxígeno que respiraban los dioses, era una falacia científica. La incredulidad le entra a uno desde donde menos piensa. Ahora, en el pórtico de mi nueva residencia campestre hay una placa manuscrita con un verso de Lowell sobre la pequeña escultura de un ángel que modeló mi cuñado Juan Jaramillo: “Las puertas del Cielo deben ser abiertas en casa”. Al presente, en mi MaraVilla de Leyva, no veo sino ángeles por donde pase, con sus apretados bluyines, esos que antes eran tan escasos cuando uno como poeta de turno y aspirante a la buena vida asistía a tantos conciertos y cocteles por lo general con final feliz. Esto es, con orgasmos y desayuno. La prueba de que eran ángeles es que después desaparecían dejándoles el turno a los que seguían, cada uno mejor plantado que el anterior. Eran los tiempos de la juventud sin barreras cuando el amor caminaba a tu lado con campanillas y uno para lucirse declaraba que el amor no existía, esa historia ridícula, pero vivía embebido en él.

En época de los hippies, en los años 70, cómo olvidarlo, asistía religiosamente a La Miel, ese comedero del hongos al pie del río del mismo nombre, y en las noches calmas acostado en el pasto rodeado de boñigas psilocibínicas, mirando el cielo millonario de estelas, pedía poder tener relaciones sexuales con entidades celestes, así no fueran serafines o querubines, así fueran ángeles rasos. Y en medio de mugidos, a través de la vaca que más cagaba, se me presentó nada menos que el ángel caído Penemue, cuarto en las huestes de Luzbel, quien luego de la presentación de rigor, que no comenzaba con un Dios te salve Jotamario, sino Poeta maldito el demonio es contigo, me dijo que ni lo soñara, que los ángeles del cielo no estaban autorizados para tener relación con terrestres, que además serían malos polvos pues no se les pasaba por la mente un pensamiento rijoso, que para eso estaban ellos, los ángeles destronados que habitaban la tierra desde el principio, que instigados por él mismo se habían hecho expulsar del Cielo, no por soberbia ni envidia del Creador, sino para copular con las bellas mujeres terráqueas. Y que por eso me fuera dando cuenta de que los ángeles caídos eran toda la humanidad que entre cadenas gime cuando se viene. Y que entre ella habitan y se reproducen los legendarios Satanases de la Escritura. Que la mitad de la parcela espiritual de cada ser humano es del diablo. Pero que para lo que me interesaba podía contar con ellos. Que era falsa esa especie de los concilios acerca de la asexualidad de los ángeles, los de arriba y los de abajo. Que a decir verdad eran hermafroditas, es decir tenían cuca, pene y ano, o sea que para todos hay en la viña del señor de este mundo.

Y así ha devenido la tribu de mis amores. Cada cual más bello que Luzbel, el portador de la luz. Que más buena papa no puede ser cuando uno le ha caído bien. Algún día haré la cuenta de los dones, o sería mejor decir las doñas, que he recibido en este mal trato que me convino. Pero ahora he abjurado de los goces propiciados por el Maldito, como le siguen diciendo los fanáticos de la oposición. Y espero que al fin me caiga un ángel del cielo, por más inexperto que sea en estas lides libidinosas. Algo he aprendido para enseñar.

Un día le conté a Jota Mario Valencia de estas experiencias y el hombre se pegó la escandalizada del siglo y comenzó a escribir libros de muy buen recibo sobre los ángeles puros para contrarrestar mis futuras confesiones sacrílegas. Cuando hace poco le dije que tenía lista mi angelología demoniaca parece que no resistió. La publicaré por respeto a la literatura, pues lo que a uno le ha dictado el ángel, sea del hemisferio que sea, no se puede borrar. Y en adelante, seguiré sólo con lo que el cielo en su bondad me dé.

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