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Machismo casero

Se fueron esas épocas cuando el machismo era parte de la educación...

6 de agosto de 2013 Por: Jotamario Arbeláez

Se fueron esas épocas cuando el machismo era parte de la educación de la casa. El niño debía ser aguerrido y no dejarse de nadie, impetuoso y conquistador, dispuesto a irse a las trompadas a la primera provocación, para no correr el riesgo de ser juzgado como mariqueta, que por aquellos tiempos aún se consideraba una conducta malsana. Se le estimulaban la insolencia y la grosería, porque con ellas se haría respetar en la futura vida laboral y social. No se le dejaba entrar a la cocina porque “los hombres en la cocina huelen a rila de gallina”, y en los almuerzos con gallina siempre se le ponía la mejor presa. Los padres se sentían orgullosos con su peleador callejero, así llegara todos los días con un ojo negro y en cambio miraban con sospecha al muchacho al que nunca se le dañaba el peinado. Y cuando comenzó a ir al cine de barrio, a ver las películas mexicanas de quinto patio, coronó su educación contemplando las bofetadas de los galanes a las actrices que eran sus esposas o amantes, por cualquier desliz comprobado u olfateado, o incluso por alguna respuesta provocadora. Había que ver las cachetadas rotundas de actores tan decentes como Arturo de Córdoba y David Silva, para no hablar de burdos como Wolf Rubinsky, en los rostros perfectos y acicalados de María Félix y Miroslava, que iban a caer sobre la cama. Y para que se hicieran más machos, los padres en su ingenuidad anacrónica lo entregaban al Ejército a enfrentar guerrilleros, sin prever que si el joven fallaba en alguna fase de los entrenamientos, sería atado de manos, vendado y conducido a un lugar de cautiverio donde sus superiores le darían de puños y patadas, con medias llenas de arena y planazos de machete, le quemarían partes del cuerpo con varas ardientes, le rellenarían las orejas con hormigas cachonas, lo sumergirían en un pozo hasta casi ahogarlo, y finalmente, para volverlo aún más macho, sería pasado por las armas de íntima dotación de los señores suboficiales. Por un episodio de estos fueron condenados hace cinco años 13 suboficiales. Pero me desvío del tema, que era la barbarie amorosa de los hombres con sus señoras, ya no en los niveles bajos, donde se dice que campea la ignorancia que trae implícita la brutalidad, sino en los estratos de alto coturno. El ejecutivo y el empresario han resultado unos ‘kid pambelés’, a veces afectados por la misma sustancia de consumo del campeón. La diferencia es que las damas de esa franja no acuden a Bienestar Familiar a poner la queja, temerosas de que se castigue a su protector y proveedor de lujos, sino a sus oscuras gafas de marca especiales para disimular hematomas. Prefieren estas muñecas de lujo arriesgar la personal porcelana que someterse al abandono de su pareja, con el sacrificio que ello puede conllevar, como perder los hijos y del apoyo económico. Una de ellas confesó sin ningún tipo de rubor en sus pómulos: “Arrancar sola a esta edad ya no es fácil. ¿Voy a mudarme de apartamento y fregarme para pagar el arriendo? ¿Voy a ponerme a chatear y buscar un novio por Internet?”. Lo que nos lleva a aceptar que, para una delicada señora burguesa, una vida regalada bien vale una pela de vez en cuando. Hasta allí llegan las conquistas feministas y los órganos de prevención de desastres hogareños. Sé que por esta conclusión recibiré las protestas de personas delicadas, como las que declararon que no se alegraban de la muerte de ningún ser humano, así el interfecto haya sido Hitler o el ‘Mono’ Jojoy. Del machismo de nuevo en alza son responsables las mujeres, ya no las abuelas de antaño, sino las propias víctimas refociladas con un lujo bastardo.

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