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La mamá de las mujeres

No soy tan hijo de madre como para pretender arrancar un pelo a la imagen de la mujer, a quien en mis tiempos veneré como el objeto sexual identificado que me vendieron la publicidad y la moda, y ahora respeto y acato en su verdadera dimensión de salvadora del desastre universal

24 de mayo de 2021 Por: Jotamario Arbeláez

Nunca he entendido esa sentencia, con pretensiones poéticas, de que a la mujer no hay que tocarla ni con el pétalo de una rosa, que es con lo que generalmente se toca, si hemos de convertir en metáfora la vara de los varones. No tocar a la mujer sería una muestra sospechosa de desdén por sus atractivos, un derroche de misoginia y un peligro para la continuación de la especie.

Los varones somos hijos de Adán y Eva, pues según la Biblia nuestros primeros padres no tuvieron vástagos femeninos, sino tres hijos a cual más calavera. Devela en cambio la doctrina secreta que las mujeres proceden de Adán y su primera mujer, Lilith, criatura esta creada por el demonio a su imagen y semejanza.

Es extraño que, en su gran mayoría, ni los sacerdotes ni los historiadores del género humano, ni machistas ni feministas, hayan oído hablar de este personaje, del que se ocupa en detalle la notable escritora Erika Bornay en su portentoso libro Las hijas de Lilith (Ediciones Cátedra. Madrid. 1990).

Lilith, diablesa de origen asirio-babilónico catalogada como devoradora de hombres, fue la consorte inicial de Adán, lo que transforma a Eva en su amante sufrida, según el ensayo soportado en una extensa y confiable bibliografía. Hay referencias a ella en la conversación entre Fausto y Mefistófeles, en el mamotreto de Goethe: “—¿Quién es esa? —Mírala bien, es Lilith. —¿Quién?—La primera mujer de Adán. Guárdate de su hermosa cabellera, la única gala que luce. Cuando con ella atrapa a un joven no le suelta fácilmente”.

Se infiere que esta pareja paradisíaca nunca vivió felicidad completa por las pretensiones de la bruja de igualarse con el señor de la creación. Para el acoplamiento siempre se colocaba encima y se marchó de la casa a la región del aire cuando Adán, para demostrar su dominio, la obligó a adoptar la 'posición del misionero', única que tolera la Iglesia.

No soy tan hijo de madre como para pretender arrancar un pelo a la imagen de la mujer, a quien en mis tiempos veneré como el objeto sexual identificado que me vendieron la publicidad y la moda, y ahora respeto y acato en su verdadera dimensión de salvadora del desastre universal generado por los varones. Yo tan sólo comento un libro ateniéndome a lo que dice. Es un volumen valiente, vehemente y apasionante donde se aprecia a la mujer rompiendo con todos los tabúes atávicos que la condenaban.

A través de una extensa galería de imágenes plásticas y literarias de la segunda mitad del siglo XIX, donde figura como protagonista de todos los extravíos, la autora va desnudando y revelando las injusticias de un fetichismo de los hombres encaminado a mantener a la mujer condenada a la vegetar en el jardín de su casa, de donde sólo se escapaba para vengarse y hacerse a la vez más perseguida y temida, a través del vampirismo de 'la vampiresa'.

Cuando la mujer logró acceder a la educación y la cultura —temas que le fueron vedados para impedirle quebrantar la cabeza de la serpiente con el calcañar—, pudo hacer valer su talento y rápidamente rivalizar con el macho escamoso en su ascenso por las jerarquías. A este propósito se cita a F. Harrison, quien se refiere a la perplejidad varonil ante el avance la mujer nueva: "Los padres se veían desafiados por hijas que insistían en fumar, ir en bicicleta, vestir de manera 'provocativa' y expresar opiniones que rompían con los cánones de la feminidad, exigiendo recibir una educación del mismo nivel que sus hermanos".

La autora desmonta la mojigatería inglesa, proveniente de la época de la moral victoriana, de la que se conservan vestigios como decir estado interesante por preñez, período por menstruación o rosario de perlas por orgasmo múltiple. ¡Abajo la reina Victoria!, como pretendió Adán con Lilith. ¡Arriba la mujer contemporánea! destinada a ocupar el sitial del hombre.

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