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Elizabeth Torres, mujer prodigiosa

La conocí siendo una niña prodigio y al cabo de veinte años la encuentro convertida en una mujer prodigiosa.

9 de octubre de 2017 Por: Jotamario Arbeláez

La conocí siendo una niña prodigio y al cabo de veinte años la encuentro convertida en una mujer prodigiosa. Y muy bella en sus 30. Era por entonces director cultural en Cundinamarca cuando se me presentó con sus escasos 11 años, un arrume de hojas escritas bajo su brazo, y de la mano de papá y mamá, cuyos rostros sonrientes rezumaban orgullo. Me dijo que se llamaba Elizabeth y me alargó su legajo que venía trabajando y que sentía haber terminado.

Soy dado a los milagros, que me suceden con mayor frecuencia que lo normal. Y suelo referirlo cuando nadie me lo está preguntando. Un ser desde lo alto me colma de rayos de luz. Quince años antes había yo perdido a una hija de 13 años, que se había presentado como precoz poetisa desde sus cuatro, publicado libros como ‘El mago en la mesa’, viajado por el mundo, ganado concursos, recibido homenajes, estudiado literatura en la Universidad de los Andes mientras adelantaba su bachillerato por radio, había terminado su novela ‘La casa del ladrón desnudo’ y escribía ‘La vida futura de Jesús’. La había bautizado María de las Estrellas.

A esa edad despegó de la tierra en un automóvil que iba por la vía a Villa de Leyva, donde hoy resido, cerca de donde había emprendido igual vuelo mi profeta Gonzalo Arango. A las potencias de la vida y la poesía les había pedido que me permitiera una suerte de recuperarla.

Y llegó Elizabeth con su cartapacio. A la primera mirada me enteré del prodigio. Le dije que le publicaba su libro, ‘Preguntas sin respuesta’, del cual recuerdo que dije en el liminar: “Elizabeth Torres es un milagro, como su sonrisa y como su mano que maneja el lápiz para dejar en el entramado de sus palabras a la vez ingenuas y sabias el testimonio que una flor puede dar de una tarde que amenaza tormenta”.

La tormenta llegaría muchos años más tarde. Con la desaparición casi simultánea de su compañero del pasado reciente y el del reciente presente, en tragedia que excede la capacidad de sufrir. Hasta entonces todo había sido vuelo vertical, como lo seguirá siendo. A raíz de la publicación de su primer libro y el revuelo alcanzado, ‘Quiero ser una estrella’, el programa de Don Francisco en Univisión la invitó a presentarse en Miami. Y allí empezó su despegue mundial. Precedido por la imposición de la Medalla al Mérito Policarpa Salavarrieta que le había concedido la Asamblea de Cundinamarca.

Comenzó la toma de Norteamérica a partir de que vio caer las Torres Gemelas, pensando que por lo menos debía quedar en pie Torres Elizabeth. Tuvo un éxito vertiginoso dictando conferencias en universidades y grandes recintos, interviniendo en espectáculos musicales, publicando más de veinte libros y dirigiendo su propia revista y galería de arte Red Door. Vino a dar a Europa, donde dada su cercanía con el Festival de Literatura de Copenhague hizo posible mi presencia entre ustedes. Y no sólo en Dinamarca sino en Malmo, Helsinki y Berlín. Elizabeth ahora es una activista cultural de respeto, sin abandonar sus aires bohemios, adquiridos en la gran manzana. Y su poesía responde ahora a las grandes propuestas de la mujer que anda por el mundo, sumida en los grandes avatares vitales a los que enfrenta con el poder de su decantada palabra.

Todo esto me sucede desde que Dios se decidió a creer en nosotros, sus desalados detractores de antaño. Porque mi movimiento nadaísta cumple 60 años de fundado, mi profeta Gonzalo Arango 41 años de muerto, su discípulo el Monje Loco acaba de despegar, uno de sus monaguillos nadaístas le trajo a Colombia la paz y la seguirá manteniendo si alcanza la presidencia. De allí el homenaje que les tributamos esta noche en Copenhague. Gracias a ustedes. (Palabras en la Galería Red Door. Sept. 27-17)

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