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El río de la vida

Gracias doy al señor de los cielos y de la tierra que me provee el alimento, me inspira bellos pensamientos y me levanta el ánimo y la pilila.

13 de diciembre de 2021 Por: Jotamario Arbeláez

Cuánto hace ayer no más que éramos muchachos y ya nos suenan campanas octogenarias. Para uno en los 20 las personas de arriba de 70 despachaban desde ultratumba, así todavía parpadearán. Nuestra revaluación era contra todo, no solo contra el orden establecido del que pretendíamos desafiliarnos buscando habitación en las comunas del anarquismo sonriente, sino contra la cultura oficial para establecer la contracultura, contra la moral represiva para imponer el libertinaje, contra la academia para entronizar la vanguardia, contra el trabajo al que oponíamos el ocio creador, contra los lazos familiares para sentirnos desamarrados, contra la economía que fue lo único que terminaría por doblegarnos. Y llegamos a arremeter contra la vejez, a la que no pensábamos arribar ni de fundas. Hoy la próstata es una vieja colaboradora del cuerpo que se nos fue, dejando en seco, pero intacta la fiesta del alebreste.

La vida era para ser quemada en el combustible de los excesos. Vivir a la enemiga era la consigna, recibida del maestro Fernando González, todo un santón. Salíamos a la calle y el mundo no daba un brinco. Todo lo que queríamos lo teníamos en los bolsillos vacíos. Y lo que no teníamos lo arrebatábamos porque arrebatados sí éramos. No padecíamos de hambre porque éramos de poco comer a pesar del mucho fumar, pero a los otros apetitos como el deseo sí los satisfacíamos a tutiplén. La cama nos servía para tirar, leer, escribir y seguir soñando despiertos que el mundo se haría mejor con el testimonio de nuestro paso. No éramos grandes inventores como Edison y Westinghouse, ni guerreros de a puño como ‘Tirofijo’ y el ‘Che’, ni pacifistas como Cassius Clay y Martin Lutero King, pero le supimos decir No a toda circunstancia aberrante contra la dignidad de los seres humanos y cuadrumanos incluidos nosotros mismos.

Los apologistas del sexo aplaudían nuestro comportamiento sicalíptico que sacaba de casillas a moralistas religiosos. A nuestra llegada impusimos el adjetivo libre al amor y hasta allí duró el mito del virgo intocado bajo pecado entre mujeres antes del matrimonio. Y nos encargamos de desacreditar el casorio.

Vinimos al mundo por nuestra cuenta y riesgo, crecimos, nos reprodujimos, aquí vamos y parece que nos pasamos. Luchamos desde el ocio con cortapapeles sin filo, nos hicimos escritores para no tomar las armas, nos bebimos a los burgueses y les dimos sopa y seco a los desnutridos intelectuales.

Se dice que los amados de los dioses mueren jóvenes, como lo hemos comprobado con nuestros difuntos precoces. Todos estábamos destinados a desocupar el local que es el cuerpo antes de que se empezaran a descascarar las paredes y atascar los desagües. Pero algunos cuerpos se sublevaron y diciendo por lo menos diez veces ¡Salud!, al día, decidieron jugar la partida completa desafiando los almanaques y llegando a peinar canas en la cabeza, en los bigotes, en el pecho más no en el pubis. Y los inmortales que siempre fueron decididamente canos como Zeus y Jehová, a juzgar por sus barbas y sus desmanes, habría de suponerse que esperan la llegada de los demorados como colegas.

Apuntan los poetas que la vida de cada uno es un río del cual cada relación es un afluente, circula por la tierra venciendo trancas, baña a sus amorosos ribereños y les ofrece el espinoso alimento, se refugia por segundos bajo los puentes como los que no tienen dónde dormir, permite el desplazamiento del pasajero y termina desparramado como en un gran orgasmo en la eternidad. Allá estamos llegando. Donde todos los ríos se juntan. Los ríos que son cada uno y que terminan en uno.

A la muerte se la despista dándole alpiste. Como a los pájaros antes y después de cada tonada. A imitación de su fluir mañanero, me siento cada noche ante el escritorio a entonar el mismo canto con distintas palabras. Hasta que mi mujer me dice que me meta bajo las cobijas que está muerta del sueño. Gracias doy al señor de los cielos y de la tierra que me provee el alimento, me inspira bellos pensamientos y me levanta el ánimo y la pilila.

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