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El poeta del Alférez Real

¡Qué belleza era el Hotel Alférez Real! Hacía una terna de monumentos...

6 de diciembre de 2011 Por: Jotamario Arbeláez

¡Qué belleza era el Hotel Alférez Real! Hacía una terna de monumentos con La Ermita y el edificio de la Colombiana de Tabaco, diagonales del Puente Ortiz. Por allí pasaba la brisa venteada desde Buenaventura a través del cañón del Dagua, a levantarles las faldas a las chicas que a las cinco de la tarde se aventuraban por la Avenida Colombia a torear los ojos de los morbosos. “Calidad viene de Cali, calidad es lo que tienen nuestras muchachas cuando pasan caminando como si danzaran”, decía la cuña radial. Los calzones de la mayoría de las jóvenes eran azules y transparentes, algunos blancos de novia, rojos de América muy pocos, negros de ir a misa ninguno. Puedo asegurarlo porque creo habérmelos visto todos. Por los años 50 yo hacía el recorrido del Puente España al Ortiz sobre los veloces patines de mi primo Fabián Torres, el hijo de Tina y Luis, que vivía en la avenida, detrás del Teatro Colombia, a cuya entrada había una pequeña tienda atendida por mi abuela Carlota, que se distinguía por un pequeño letrero con tiza sobre una tabla rasa que decía: “Se vende alpiste”. Llegué a ser, antes de saber en las que iba a meterme, un experto en las extremidades -no sé por qué las llaman inferiores- de las alegres caleñas. Cuando llegaba raudo al Alférez, entre faldas voladas, ya era un ensopado sultán del Valle. En el pórtico veía siempre a un señor bien vestido, bien parado, con un crespo sobre la frente y oloroso a jabón de camias, a quien mi abuela me tenía prohibido acercarme, no sé si porque -como supe después-, era poeta u homosexual.Era Antonio Llanos, orgullo de la comarca. Como lo fueran Carlos Villafañe, Ricardo Nieto, Gilberto Garrido, Octavio Gamboa. Y como no logré serlo yo, a pesar de mi tripleta de premios líricos y de haber figurado a los 24 años en la Antología de la Poesía Latinoamericana, de Aldo Pellegrini. Pero excluido a los 60 de las antologías de poesía a la criolla de Henry Luque Muñoz y Fabio Jurado, a quienes Dios mantenga en su gloria y en la Universidad Nacional. El poeta Llanos era huésped de don Álvaro H. Caicedo, dueño del hotel, y luego del diario Occidente.Cuando me largué los pantalones y me quité los patines, ya siendo un mozo de armas tomar (aunque me dio miedo tomarlas y en vez de irme para el monte me lo fumé todo, para bien de la patria y de la literatura de alcantarilla, y maldición del partido comunista -al cual le arrebaté quién sabe cuántos prospectos-, y del lumpen actual de los correos electrónicos), solía encontrarme en la misma puerta con un personaje mejor parado y perfumado, a quien Pardo Llada proclamaba en su columna Mirador como el playboy don Tomás de Páramo. En vista de la competencia ruinosa el poeta Llanos se recluyó en sus habitaciones, luego del homenaje que se le hiciera, ofrendado por el poeta Carranza, donde los nadaístas, aparte de burlarnos, nos comimos hasta el pegao. Ni siquiera le abría al munificente anfitrión, quien para poder desalojar a huésped tan intensivo, terminó por ordenar que el hotel fuera demolido. Años atrás, el poeta Carlos Villafañe, el de La vía dolorosa, también había ocupado suite poética por larguísimo tiempo, a expensas del casi infatigable anfitrión. Con estos mismos ojos con que vi tantas faldas alzadas, vi caer una a una las piedras de uno de los hoteles más bellos del mundo. Y vi en los 70 al poeta Antonio Llanos en el psiquiátrico de San Isidro, a beneficio del cual hicimos el partido de los hippies contra los periodistas que, aunque perdimos, dio un recaudo de varios millones. “Nunca pensé que los nadaístas iban a resultar más filántropos que Álvaro H. ¿Será que ustedes también son poetas?”, nos dijo coqueteándonos el insano, al recibir la bolsa de manos del ‘Monje Loco’ Elmo Valencia, a quien todavía no comprendo cómo no lo dejaron.

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