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El poema diario

Hasta las regiones del infierno, del purgatorio y del cielo incursionó un poeta supremo para cifrar castigos y premios por el comportamiento en la tierra.

15 de octubre de 2018 Por: Jotamario Arbeláez

Parte de la labor del poeta, tan importante como la de hacer sus poemas, sigue siendo justificar su existencia en un mundo donde tiene poca cabida. No es su producto un bien de consumo de primera necesidad, se supone, pues el mundo bien podría vivir sin la poesía. Se dice, sin percatarse que de la poesía emanó la idea de Dios, de la belleza, del amor, de la fraternidad de los hombres. Pues “lleno está de méritos el hombre, mas no por ellos, sino por la poesía, hace de esta tierra su morada”, lo dijo Hölderlin.

Hasta las regiones del infierno, del purgatorio y del cielo incursionó un poeta supremo para cifrar castigos y premios por el comportamiento en la tierra.

La poesía puede llegar a ser, y de hecho lo es, una labor de artesanos de la palabra, forjadores de sueños a martillazos.

La poesía debe ser hecha por todos, y no por uno, dijo uno de los más grandes, y aquí vamos todos tejiendo la tela. Punto cadeneta punto, y por lo general destejiéndola por la noche. Porque el poema va para largo.

El que tiene alma de poeta habita dos mundos, el deficiente que le fue dado mediante el ardor de unos labios, y el que él compone con las imágenes en la forja de la palabra.

Con tales términos del poeta el mundo se amuebla. En ocasiones se desarma. Y laten más acompasados los corazones.

Pero convengamos en que con el poema no va a cambiar el mundo de órbita, ni se van a limpiar las escorias adquiridas o hereditarias.

A lo sumo con él se crearon dioses, para echarles la culpa de la zozobra.
Tanto como cantor de las bellezas de mundo el poeta tiene el deber de ser el vindicador por medio de la palabra. No puede permanecer impávido ante las artimañas de la violencia y del miedo.

Con poemas se comunican almas gemelas, se hace compañía el solitario, supera sus barrotes el cautivo, se da espera el desesperado.

Por un poeta que llega al baile de coronación y saca la reina, hay millones que se quedan como espermatozoides comiendo pavo, pero felices por haber hecho el camino.

No todo poeta tiene que desembocar en Dante o en Safo, como no todo sastre culminar en Saville Row ni todo ciclista en el Giro. Pero con un haikú venturoso quedó para siempre plantado un otoño de la dinastía Tang.

Con el poema se mantiene vivo el difunto, el poema sigue dando más testimonios de viaje que la Kodak descontinuada. Kodac se llamaba precisamente el libro de poemas de Blaise Cendrars de su viaje por el Brasil.

La poesía, como la imaginación para Santa Teresa, ha sido considerada la loa e la casa. Por donde da vueltas y revueltas para que las cosas se vean mejores que como las entregan los ojos.

Poetas modernos, no contentos con la poesía urbana que se montó sobre la bucólica, se han dedicado a confeccionar poemas de entrecasa. No porque alguna poesía ‘decore’ es indecorosa.

Algunos practican el poema a manera de diario, para contar, en las rondas del devenir, las alegrías y las tristezas, el esplendor del paisaje y las tinieblas interiores, el pasmo frente al milagro y el pavor ante la injusticia.

No todos los días el cuerpo es el mismo pues un sol distinto lo alumbra.
Y la vida, que es secuencia de visiones, audiciones, saboreos, caricias y sentimientos, más la reflexión sobre ellos, merece que se le lleva su hoja de ruta. Para buscarse y encontrarse en el intimismo mismo. Aceptando que la poesía pueda usarse a la manera del espejo del tocador, para preguntarse cómo hacer el mundo más bello.

Debe el poema circular a diario como el pan nuestro de cada día. Marcar el ritmo de la vida con cavilaciones que vayan de la satisfacción al desasosiego, del esplendor a la desesperanza, de la fascinación al oprobio. Y donde termine por campear el amor y la doliente compasión por los infortunios de la inerme criatura humana.

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