El pais
SUSCRÍBETE

El enemigo chiquito

No hay enemigo pequeño, continúa la sabiduría popular. Eso debió de pensar el rector antes de meterse con el chiquito, que le salió gallito.

1 de marzo de 2021 Por: Vicky Perea García

El que con muchacho se acuesta -dice la sabiduría popular sin que nadie se lo esté preguntando-, mojao amanece. La intención original del refrán se referiría a orines, una más sutil inferiría semen y/o popis, pero una más cruel podría resultar tinta en sangre.

Eso le sucedió, sin acostarse siquiera, al desdichado rector de un colegio de Fontibón, en Cundinamarca, hace más de veinte años, a quien uno de sus alumnos preferidos le disparó un tiro a la oreja, con el revólver de su papá, a las seis de la mañana, mientras el educador metía su llave en la ranura del candado del plantel docente. Todo porque, según el precoz tirador, se lo venía pidiendo con insistencia, incluso delante de su novia.

La herida fue tan venial que solo le interesó el lóbulo (lo que invalida el también dicho popular: Más peligroso que un balazo en un oído) y unas gotas de sangre le remojaron la caspa sobre el hombro de la chaqueta.
Pero las consecuencias fueron gravísimas: una serie de acusaciones de educandos acosados de colegios donde prestó sus servicios, y el resultado de acuciosas investigaciones periodísticas, han dejado al rector más clavado que su prospecto. O sea que le salió el tiro por la culata. O por andar detrás de la culata se ganó el tiro. Ahora, ante el cúmulo de evidencias en su contra, le tocará, y con razón, hacerse el de la oreja mocha. Por lo pronto, sin despedirse siquiera de su esposa, puso pies en polvorosa.

Se ha sabido, por ejemplo, que el señor rector ni siquiera es educador, pues también resultaron chimbos sus títulos académicos; que en época inolvidable de director de escuela rural en Valparaíso tuvo amores de frente con la loca del pueblo; y que motivado seguramente por intenciones pías o nostalgias de seminario, estuvo fungiendo de sacerdote en una parroquia de Caracas, bautizando, confirmando, confesando, dando primeras comuniones, casando y aplicando extremaunciones. Todos estos sacramentos han sido invalidados por la Curia, quedándose sin nombre sus bautizados, recibiendo los comulgantes en pecado mortal las sagradas formas, ganándose los casados un divorcio gratis, sus hijos la condición de bastardos y los difuntos confesados y absueltos en artículo mortis su condenación eterna.

No hay enemigo pequeño, continúa la sabiduría popular. Eso debió de pensar el rector antes de meterse con el chiquito, que le salió gallito. Ni siquiera por las cercanías del día del amor y amistad, ni la intención del gobierno de sentarse a platicar con la guerrilla, se explica su cariñosa actitud negociadora con el jovenzuelo que iba perdiendo materias.

Todo el mundo tiene derecho a sus preferencias sexuales, incluso depravadas, mientras no operen ni el chantaje ni la violencia. En tal forma que si a un maestro le gustan los muchachos, por pura prudencia y urbanidad (sobre todo si es de apellido Carreño, como es el caso) debe abstenerse de manifestarlo en el aula. Donde tampoco tiene por qué enseñarles más de la cuenta. Si la pasión es invencible, debe más bien acudir a ciertos clubes de tolerancia que se anuncian en los periódicos, donde algunos alumnos ejercen de masajistas.

El joven héroe, por su parte, además de destaparle la olla podrida al rector que lo traía loco, habrá metido en líos a su papá con la Policía, por no haber devuelto el popo sin salvoconducto en las jornadas de desarme de entonces. Y digo héroe, pues su novia se siente la niña más orgullosa del barrio porque su galán le resultó macho. Heroísmo que no debe ser ejemplo a seguir para el estudiantado. No se puede justificar que cada estudiante a quien el profesor se lo pida, saque la pistola, y no precisamente para mojarlo. Con los escasos que están los maestros.

AHORA EN Jotamario Arbelaez