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De la Calle a la paz

Cincuenta y seis años después de haberle declarado la guerra a la...

29 de abril de 2014 Por: Jotamario Arbeláez

Cincuenta y seis años después de haberle declarado la guerra a la guerra con las solas armas cargadas de una iracundia lírica y un sentido del humor a prueba de balas, es claro que hasta los nadaístas desean la paz, que era el objetivo secreto de la juvenil e irritada insurgencia. Después de medio siglo al pie de tantos muertos de la violencia y de tantas bajas del nadaísmo, bien merece la paz hacer el esfuerzo de pronunciarse por ella. La posición del nadaísmo nunca fue monolítica en la política. Todos estaban de acuerdo con la revolución, pero no coincidían en la manera de hacerla. Como pasó con los grupos de izquierda, y por eso nunca se hizo.Este movimiento de protesta sonriente y náusea sartreana fue desenfundado por Gonzalo Arango en 1958 cuando, antes de organizar las Farc, ‘Tirofijo’ se dedicaba a engordar los marranos y gallinas que le bombardearon los militares, para ruina de Colombia. Era el propósito del Nadaísmo cantarle la tabla a la clase dirigente en un país cuyo pan de cada día era la masacre. Se presentó como un movimiento poético de vanguardia, antirreligioso y antiacadémico, pero en el fondo era más un movimiento social, como puede verse por estos fragmentos del primer manifiesto.“Dentro del actual orden cultural colombiano, toda verdad reconocida tradicionalmente como verdad, debe ser negada como falsa, al menos en principio… La lucha será desigual, considerando el poder concentrado de que disponen nuestros enemigos… Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. Somos impotentes. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden”.Y más desacreditado no podemos entregarlo. Corroído por la corrupción en todos sus frentes. Cómo será su desprestigio que cada vez que la paz ha asomado la cabeza ha salido volando.Los jóvenes pueblerinos, poetas y libelistas, a lo sumo seminaristas o frustrados bachilleres, amigos del escándalo y enemigos del trabajo, asumieron realizar la revolución a su modo. En medio de la libertina bohemia, y a la par con la creación de una literatura y una pintura sin antecedentes en el país, asumieron ser la voz de la tribu con sus reclamos a la injusticia rampante a través de la prensa que siempre les abrió sus páginas tolerándoles su lenguaje.Muy pronto parte importante de la juventud de Colombia, estudiantes y desocupados, asumió la actitud nadaísta desinhibida, y reclamó su papel contra el discurrir de violencia que habían puesto a correr sin su consentimiento ni mucho menos el de las víctimas: de la injusticia social y el reclamo de los justicieros revolucionarios y de los contrarrevolucionarios aparecidos.Humberto De la Calle se interesaría por el nadaísmo a raíz de la gira nadaísta que comenzó en Manizales con Gonzalo Arango y Amílcar U, del grupo de Medellín, y Elmo Valencia y Jotamario Arbeláez del grupo de Cali. Ese muchacho inquieto y rebelde se quedaría con la bárbara semilla de la confusa insurgencia. Y cuando llegó el momento de hacer presencia en la política, para contribuir a la confusión general, se presentó como heredero del ideario de los profetas de entonces. Ese es el personaje a quien Colombia le tiene confiado el último intento por una paz que se sienta. A quien se ha visto en los noticieros caminar con los delegados del gobierno y de la guerrilla, con sus maletines llenos de documentos chuzados, a continuar con sus pláticas. Si lo que cuesta la guerra, amén de los muertos, se aplicara a la paz, el país superaría su vergüenza y emprendería su final desarrollo, aunque mucho habrá que invertir para preservarla. La paz que resulte en Colombia -si resulta-, algo tendrá que ver con el generoso y escandaloso y a veces contradictorio pero siempre alegre y florido alzamiento de aquellos jovencitos provincianos que no encontraron nada mejor que hacer que cantar contra todo.

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