El pais
SUSCRÍBETE

Coqueteando con la parca

Yo nunca hice voto de pobreza, por muy santo que fuera, ni de castidad mucho menos

10 de enero de 2022 Por: Jotamario Arbeláez

Vivo en un verdadero palacio en las afueras de Villa de Leyva, que logré edificar con base en lo que me dieron en efectivo los premios de poesía, la liquidación de mis servicios publicitarios a la sociedad de consumo, y las entradas por concepto de pensión, ya que no me dormí con ese sacramental requisito. En la época existencialista me las tiré de desdichado y hambriento todo lo que pude aguantar, pero mis compañeras de catre impidieron que sucumbiera. Algunos micos académicos me sacan en cara que después de pasarme la vida dándole cascarazos a la burguesía me aburguesé. Y yo qué culpa tengo si esos cascarazos me los pagaban a precio de oro los medios de comunicación en cadena, cuando se dieron cuenta que dados mis chascarrillos las propias víctimas que eran los suscriptores se cagaban de risa y me pedían más, como muchas de sus atildadas señoras. Yo nunca hice voto de pobreza, por muy santo que fuera, ni de castidad mucho menos. Hice todo lo que pude porque la revolución sucediera, pero fueron los propios camaradas quienes la impidieron con su torpeza.

No he visto que le hagan ningún reclamo a Pablo Neruda ni a García Márquez, tan comunistas ellos como mero anarquista yo, por haber decorado sus casas con un tapiz de dólares producto de su talento. “El artista al que le toca comer mierda mientras empieza, y persiste, termina cagando oro”, me dijo Gabo, tal vez refiriéndose a su amigo el pintor Botero.

Me regodeo con mi salud a prueba de balas, y con mis privilegios vitales a los que habría que restarles que a pesar de mi erotomanía persistente el sexo ya no tenga cabida en casa. Tal vez mi aún atractiva compañera entró en uso de esos buenos retiros espirituales del coito que están tan de moda, o no considera que a estas alturas de mi vida deba continuar con el forcejeo.

En escrito anterior hablé de mis coqueteos con la parca, y tuve el atrevimiento de contar que salí a pasear con ella por la campiña tomándome libertades manuales, a causa de mi forzada abstinencia. Sentí que ningún mortal en la historia, poeta o profano, se había propasado de esa manera con la huesuda.

“Oye -me dijo-, por ahí supe que escribiste en el periódico que paseaste conmigo tocándome el culo. Cosa que sé agradecerte, pues ningún marrullero se habría atrevido a tanto. Debo confesar que me alebrestaste. Y no sabes el cotilleo que despertaste en el inframundo”.
Palabras textuales de anoche, cuando víctima del insomnio por llegar a los 81 bajé al bar de la biblioteca por un whisky sin soda. Estaba sentada en mi poltrona de la sala en el primer piso. Y debo decir, para aclarar una idea errónea sembrada por los caricaturistas, que no se trata para nada de un saco de huesos. Es una hembra bien caderada, toda una Perséfone hija de Zeus a punto de ser violada por Hades, para limitarme a la mitología griega. En ese momento el que comenzó a calentarse fui yo, tomé asiento, y le dije de mi penuria que me había obligado a tamaña profanación, por la que le presentaba disculpas. “Si fuiste capaz de hacer lo que hiciste no debes arrepentirte, querido. Debo decirte que con tu caricia trasera me devolviste a la vida. Cosa que no sé cómo pagarte.
Ahora comprendo a todas esas mujeres que te dijeron, como yo te lo digo ahora: Puedes hacer conmigo lo que te provoque”.

La oportunidad la pintan calva, me dije. La tina es un lugar seguro, con esencias de mirra y aceite Johnson. Sentí que estaba a un paso de ganar la inmortalidad. Perséfone abría y cerraba las piernas provocándome un infierno de sensaciones celestes. “Con esto te lo digo todo, hazme tuya”. Me imaginé que estuve destinado desde siempre para llegar a este momento crucial. Pero desde el segundo piso me llegó la voz de mi esposa: “Tesoro, no te demores, me volvieron las ganas, puedes hacerme lo que te provoque”. “Ya voy, querida”. La parca se levantó para retirarse diciéndome: “Te salvó la campana, gran guevón”. Y mientras se alejaba dejó de ser Perséfone y se fue convirtiendo en la calva y esmirriada creatura de las caricaturas.

AHORA EN Jotamario Arbelaez