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Coca-cola mata tinto

Cuando comencé mi vida pública, a los 18 años, era un avezado...

26 de enero de 2016 Por: Jotamario Arbeláez

Cuando comencé mi vida pública, a los 18 años, era un avezado coca-colo, como se identificaba a esa generación de copetudos fanáticos de Elvis Presley y James Dean, fervientes del rock and roll, ataviados de bluyín y chaqueta Mc Gregor de cuadros rojos. En su primer manifiesto intuía Gonzalo Arango que esa era la generación que debería conquistar para el nadaísmo, y con ella aplastar al mundo. Observaba con su ojo aguileño: “El coca-colo no acepta el mundo como es, sino como quiere que sea… Su ideal intelectual es ser librepensador, pero no tiene pensamientos libres, ni de los otros… No tiene respuesta para ninguna pregunta, pero no se pregunta nada… Le gusta ser comunista y existencialista para desobedecer a sus padres, y para que sus amigos piensen que es un inconformista y un revolucionario”. Entré de una y sin visaje en la horda reclutada por el profeta.Mi trago era el Cubalibre, mezcla de esa gaseosa imperialista con ron, par cubitos de hielo y una rodaja de limón. Fui uno de esos escritores rarísimos que nunca se aprovisionaron de un termo de café para trabajar en las noches, como nunca me fumé un cigarrillo, por lo menos de nicotina. Los adictos de estas dos sustancias me dicen que me he perdido de los más grandes placeres del hombre contemporáneo. No importa. Tuve y sigo teniendo otros.Como invitado a un reciente encuentro de poetas nadaístas en el Jardín Botánico de Medellín, me asignaron una muy gentil y juvenil cicerone, una cocacola, quien mientras atravesábamos el boscaje me detuvo para inquirirme: “¿Usted todavía nada?”. No me quedó más que contestarle, cosa que ella se apresuró a comprobar: “Niña, yo todavía todo”.Cuando en el año 1970, en un alarde de menguada creatividad, lanzamos la revista Nadaísmo 70, una de las primeras cosas que hicimos en son de revolución fue reproducir un poema subrepticio del español Rafael Alberti que, viéndolo bien ahora, resultaba líricamente más tóxico que el repudiado bebedizo: “Me basta ver la coca cola, ese vomitivo invasor, / para morirme de dolor / lejos de mi tierra española. // Cuando bebida tan extraña / veo orinar de una botella, / digo muy fuerte: ¡Me cago en ella! / ¿Qué hago yo aquí lejos de España? // Y si en la farra disoluta / me la tengo que beber, / digo también: ¡Hija de p..! / ¿Qué hago lejos de Jerez! // Me basta ver la coca cola, ese pis norteamericano, / para acudir, fusil en mano, / a salvar mi tierra española”.Revisando los escritos de García Márquez, encuentra uno un texto rotundo, Estados Unidos, Cuba y Coca-Cola, de octubre del 81, donde afirma: “Los cubanos han demostrado, entre muchos otras cosas, que se puede vivir sin Coca-Cola a noventa millas de Estados Unidos. Fue el primer producto que se acabó con el bloqueo, y hoy no queda ningún vestigio de su pasado en la memoria de las nuevas generaciones”. Cuba no quiso quedarse sin la Coca-Cola tras el bloqueo, y se mandó a producir en el laboratorio la Coca-Cola cubana. Que, cuando se le trajo al Che, como ministro de Industria, para que la probara, al primer buche exclamó escupiéndola: “Uff, sabe a cucaracha”. Hoy por hoy, me parece reaccionario militar en la actual izquierda, pero a la vez inicuo que antiguos compañeros en la solidaridad con la lucha contra el imperio aniden sin empacho en la extremada derecha.No debo olvidar tampoco que, en los ochenta, fui llamado como director creativo de Sams Publicidad, empresa de la Coca-Cola. Incorporé al staff a mis amigos nadaístas Amílcar Osorio, Pablus Gallinazo, Jaime Espinel, Elmo Valencia, mi médium Claudio Vernot y Peggy Kielland, quien había sido novia de manigua de Bateman. Y mientras Estados Unidos se tomaba el mundo con su política, sus armas y su producto estrella, los nadaístas nos tomábamos la Coca-Cola.

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