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Bocado de cardenal

En la cafetería Versalles, en Medellín, hace añares estábamos en grupo hablando...

10 de mayo de 2011 Por: Jotamario Arbeláez

En la cafetería Versalles, en Medellín, hace añares estábamos en grupo hablando de Nietzsche, y la ‘Pulga’ Escobar comentó que este desgraciado filósofo era amigo de Wagner. A lo que replicó Eduardo Escobar, que por entonces leía ‘Mi hermana y yo’, libro póstumo y posiblemente apócrifo, dada la maledicencia de Federico: "Eso pensaba Ricardo".Lo mismo pensaría Gonzalo Arango de Alberto Aguirre -el editor y librero que tuvo el dudoso honor de publicar sin éxito la primera edición de ‘El coronel no tiene quien le escriba’-, receptor de las Cartas a Aguirre, que publicó Eafit, en su colección Rescates, en ediciones de lujo y rústica. A 30 años de su muerte y casi 50 de la formulación de su manifiesto, el ‘profeta de la nueva oscuridad’ sigue deparando sorpresas. Cartas a Aguirre comprende 12 años de correspondencia, en diferentes estadías caleñas, a partir de cuando tuvo que huir de Medellín para salvar su vida a la caída de Rojas Pinilla, de cuya Tercera Fuerza hizo parte, y estaba dedicado a fraguar el movimiento más desastroso en la historia del pensamiento humano, que llamaría el ‘nadaísmo’. Incluso, desde años atrás, cuando se aisló en una finca a escribir su novela Después del hombre, que sus amigos Aguirre, Fausto Cabrera, Carlos Jiménez, Arturo Echeverri Mejía y tal vez Estanislao Zuleta, Carlos Castro y Mejía Vallejo terminaron por comprársela con la condición de no publicarla, por mala. El mismo Gonzalo se burla de ella en su epistolario. Aguirre la guardó 50 años y terminó por cederla para su publicación, con el ya previsto fracaso. En estas cartas espléndidas, el nadaísta incipiente pinta a Aguirre como el mejor amigo del mundo, como su salvador, guía y maestro perfecto. Lo convierte en el confidente de sus dudas e interrogantes por los abismos del cielo y en el difícil camino del arte al servicio de la dignidad del desarrapado. Y hasta le confía sus amores sublimes, entremezclados con una blenorragia patética, que lo mantiene en un catre delirando de fiebre. Las cartas de respuesta de Aguirre se perdieron, para desgracia del epistolario antioqueño. Tan sólo se salvó un párrafo, que el jodido de Arango emplea como epígrafe en un nuevo mensaje a su paciente corresponsal: “Apreciado Gonzalo: Es evidente que yo te quiero, si fuese indispensable daría por ti la vida que me sobra, pero ¿no podrías hablarme de algo que no fueras tú mismo?”. Más o menos lo que le habría dicho a Kafka Max Brod.El prólogo viene salpicado de pícaras anécdotas de la época en que Aguirre, como abogado, defendió a los nadaístas, presidiarios por escándalos abominables, que el rábula supo convertir en chiquilladas. Como el sabotaje al congreso de escribanos católicos; el sacrilegio en la Basílica Metropolitana cuando la Santa Misión, y el virgo que comulgó Eduardo Escobar cuando se le apareció la Virgen. Concluye Aguirre, quien ha escrito las páginas más ácidas contra la obra de Arango, incluidos sus discípulos: “En suma, creo que Gonzalo también fracasó como escritor”. Digamos que sólo triunfó como amigo, que es en lo que casi todos los intelectuales fracasan.Cuenta el burlón Aguirre, que Gonzalo habla en las cartas de una nueva novela, que jamás apareció para acentuar el fracaso. De lo que no se dio cuenta el sagaz, es de que la tal novela son estas cartas. El ingenuo no fue Gonzalo, quien le metió a Aguirre liebre por liebre. El diario de la escritura de la novela, confiado en la correspondencia al amigo en casi 200 páginas, era la novela. Que en la publicación aparece como un libro de Aguirre, porque el dueño de las cartas no es quien las escribe, sino quien las recibe. Este libro precioso es uno de los bocados de cardenal en la actual Feria Internacional del Libro, de Bogotá.

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