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Alejandra y Daniela

A esta edad, ya debería volverme serio, como en gran parte me...

25 de agosto de 2015 Por: Jotamario Arbeláez

A esta edad, ya debería volverme serio, como en gran parte me estoy volviendo, pero me sigue siendo mal visto eso de andar descubriendo niñas poetas y poniéndolas en el mercado libre de la poesía, que es de los peores mercados, por más estupefaciente que resulte ese artificial paraíso que es el poema. El producto difícilmente se vende, si se vende no se lee y si se lee no se entiende. Pero entre aquellos que lo compraron, lo leyeron y lo entendieron se crea una cofradía casi idólatra, que justifica el empecinamiento y el sacrificio. Pues no todas las coronas son necesariamente de espinas. Por lo menos en el amor, los poetas continúan haciendo barridas. Hace ya 45 años me encontré con una niña de 3 que tenía vocación de poeta. Desde el primer momento, luego de leerle a Kafka y Rimbaud, me comenzó a dictar poemas -era en la época del hippismo-, que yo le conseguía publicar en el suplemento de El Tiempo, en El País y en algunas revistas. A los 7 años una universidad de Bogotá le publicó la compilación de sus cuatro años de trabajo, con el título de El mago en la mesa. Se llamaba María de las Estrellas. Se mató en un accidente de tránsito antes de cumplir los 14, mientras adelantaba Filosofía y Letras en Los Andes, con el patronazgo de Germán Arciniegas, y cursaba el bachillerato por radio. Me salto otras poetas infantiles para no fatigar el recuerdo. Hace 10 años, en el Museo Nacional, tropecé a una niña poeta de 14 que me impactó, tanto por la belleza de su sonrisa dispersa por todo el cuerpo en maduración como por la dulzura mordaz de los textos que acababa de leer. Había nacido en Restrepo, Valle, y se disponía a seguir estudiando en Cali. Su nombre era Alejandra Lerma. La anoté en mi libretita para seguirla viendo cuando pudiera. Le he seguido la pista, no ha bajado la guardia con sus poemas, ha hecho sucesivas lecturas, ha ganado concursos, se hace llamar Alejandra de las Estrellas, y ahora me alarga un libro con su última producción, Oscuridad en Luz Alta, que me deslumbra.No sé quién se le habrá muerto después de su hermano o se le esté por morir, pero la Muerte está metida de lleno entre sus asuntos. Y ella la trata sin ningún trascendentalismo, en la forma corriente que tiene la poesía urbana y coloquial de enfrentarse a las contingencias del mundo. La sombra de la Szymborska se cierne majestuosa sobre Alejandra, aportándole su humor crítico y cítrico, como también se sienten correr en sus líneas melodías pop. Siento que Alejandra ha encontrado un lenguaje y hace uso de él para romper conciencias y muros. “Arderás, mi pequeña demonia/ en tu infierno preciso”. De ser así, me ofrecería a arder contigo. Daniela Prado es demonio de otro costal. Ironista como ella sola, tiene el don de la picardía que hace de cada expresión un choque de trenes con mariposas. Es una poeta filósofa, desacralizadora y descreída de todo. Yo diría que es la última nadaísta, la que tira la mano y esconde la piedra. Ella misma lo dice: “Soy un derrumbe con dos pies/ izquierdos”. Si se sonríe es para burlarse de todo, incluso de sí misma, cual es la filosofía de los grandes humoristas. La he visto manejar la noche como un Mercedes, todos los jóvenes la acatan, y estoy hablando de los duros. Tiene pasta de líder que no es Pepsodent. Lo que se propone lo logra diciendo no. No se deja manosear ni del hombre del brazo de oro. Se la ve como descendiente de los teatreros del absurdo, con un aire de monja zen, se supone que muerde duro. Le expuse lo que conocía del amor y ella se dignó considerarme un batracio. Le conté que cuando una burguesa a las tres de la mañana le preguntó al profeta del nadaísmo; “Gonzalo, ¿por qué nos tenemos qué morir?, él le respondió: Porque si, ranita, porque yo no hice el mundo. Croamos juntos.

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