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A casa de citas

Hace años que no entraba en una casa de citas. Y confieso...

19 de junio de 2012 Por: Jotamario Arbeláez

Hace años que no entraba en una casa de citas. Y confieso que ya lo estaba necesitando. Le creo a García Márquez su axioma de que uno nace con los polvos contados y los que no se usan a tiempo se pierden para siempre. Yo los que vengo a despachar esta noche ni siquiera son líquidos ni oleaginosos, como la mala leche de ciertos poetas que no pueden soportar que otros poetas les mejoren la tarifa. Son una mano de poemas escritos con la misma mano. Con la misma mano que maneja la pluma y acaricia con otra pluma las espaldas de su mujer.Pero no hablemos de la mujer de la casa en una casa de citas. Limitémonos a las prostitutas, a quienes un defensor del pueblo quiso mandar ligar las trompas de Falopio para que pudieran ligar sin riesgo de maternizar. No es forma de acabar con la hideputez reinante, pues como dijo el ilustre pensador Pepón, anotándose un tanto, el hp no nace sino que se hace. O si no que se miren en el espejo los foristas de mala leche de mis columnas. Nunca entendí por qué se llamaba casas de citas a esos lugares donde uno no se citaba con nadie, sino que iba y se encontraba, no digo que con una cualquiera porque allí el cualquiera era uno, sino por regla general con una señorona de 5 en conducto, con peinado de salón de belleza reacoplable después de cada revolcón y con medias oscuras esas sí bien ligadas, e interiores con aberturas de encaje, quien hablaba de cualquier tema, en especial del romanticismo alemán, la guerra fría, el I Chin y la baraja española, tomaba en copas diminutas brandy francés fabricado con panela morena, de lunar a lo Sarita Montiel en el punto flaco, con enjuague bucal y jabón antiséptico en el lavamanos del cuarto, dispensario donde morían los tres deseos, y quien manifestaba que no lo hacía por necesidad sino para acabar de convencerse de lo bestias y morbosos que eran los hombres, como el bruto de su exmarido, a quien encontró en su cama con la burra de su sirvienta. Y uno no se atrevía a preguntar que con quién era su furia, si con la sirvienta o con la burra, porque temía que respondiera con el aforismo marxista-feminista de que todos los hombres son iguales, y resultáramos costeños.Qué tiempos aquellos en que los buenos polvos no se metían por la nariz, sino por donde Dios manda y a veces también por donde la iglesia prohibe. Todavía no soplaban los vientos de la emancipación femenina, y las mujeres eran más dóciles, entrega y carantoñas, sobre todo las prostitutas ahora llamadas comunicadoras sexuales, tan sensibles a la marmaja del cliente y al gonococo saltarín como a la trompada del chulo y a la vacuna de la policía. No eran los tiempos del condón, sino del lavado en la palangana con agua tibia, desinfectada con Bay Rum y polichada con alhucema Yemail y dedos de seda. Las posiciones todavía se podían sostener, sin que se cayera la cama ni tambalearan los principios. Y no eran cándidas eréndiras, sino muy vivas las bandidas, pero sabían entregarse con alma, vida y sombrilla sobre los edredones rosados. Me solidarizo con ellas en rechazar la posesión de aquel defensor del pueblo (otro conejo del gobierno), con el derecho que me otorga el haber sido tratado como la putas del paseo por la fiscalía dominical de la poesía.A esas damas entrañables quiero ofrendar la lectura de mis poemas así no haya ninguna presente, en este recinto lúdico que me alborota la nostalgia. A propósito, al entrar, un gracioso me dijo que a las casas de citas ya no van putas. Que ahora iban los poetas.(Palabras pronunciadas en el Café-Arte Casa de Citas, donde su regente Carlos Adolfo González invita a hacer strip-tease verbal a los poetas representativos del país o, como se decía antes en estos mismos sitios, las putas más cotizadas. No cover).

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