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79 del alma (2)

El 30 de noviembre, día de mi cumpleaños, fue crucificado en Acaya, por orden del emperador Nerón, el primer discípulo de Jesucristo, San Andrés, hermano de Pedro, en cuyo honor fue bautizada la isla caribe donde acudo a escampar de cada naufragio.

25 de noviembre de 2019 Por: Jotamario Arbeláez

El 30 de noviembre, día de mi cumpleaños, fue crucificado en Acaya, por orden del emperador Nerón, el primer discípulo de Jesucristo, San Andrés, hermano de Pedro, en cuyo honor fue bautizada la isla caribe donde acudo a escampar de cada naufragio.

Rememoro. A partir de los 27 había ido perdiendo la pelamenta imitación Elvis Presley, que me propició tanto rock bajo las cobijas con apenas mover la pelvis sin ir a dar a la cárcel, pero que volvió a insertarme el milagroso dermatólogo René Rodríguez por cortesía de la revista Soho. Mantengo el hígado más complaciente que un himen en bancarrota, que me permite continuar en el culto de Baco 18 años mientras me entrego a la lectura en la hamaca de La guerra de los dioses, de Parny, obra anatematizada por los beatos, donde se revuelven en un mismo espacio, en una juerga de integración deífica, las deidades paganas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo acompañados por la Virgen María y otros santos para darle ejemplo al género humano de que deben cesar las guerras y las matanzas y en la redes de la concupiscencia enzarzarse.

Fue también uno de mis ídolos en el culto de la melena, con lo que se llamaba entonces ‘la mota’, nada menos que Tony Curtis, quien se permitió besar a mi Marilyn en la trasescena de la cinta Una Eva y dos Adanes, y tener el desparpajo de declarar sin que se le cayeran los labios que “besar a Marilyn era como besar a Hitler”. Hoy mi hija está de novia en Barcelona del gringo italiano Jeff Curtis, y si la cosa prospera terminaré siendo el abuelo del bebé Tony Curtis II Arbeláez. Será la venganza de Marilyn.

No estoy en trance de morir, de momento, ni de pasar por el departamento de reclamos de la existencia a justificar mis acciones y mis pasiones, pues creo que con o sin efectivo me porté tan bien en el viaje como quien me compró el tiquete se lo esperaba. Hasta con la divinidad terminé por hacer las paces. Tengo con el Espíritu Santo, que ha sido tan paciente conmigo, el compromiso de continuarle recibiendo el dictado, hacerle una ligera corrección de estilo de acuerdo con los cánones de vanguardia en los que no es avezado, y a volar joven. En ello espero emplear esta década, aunque en sus últimas arremetidas Mefistófeles me ha ofrecido retardar el golpe de gracia hasta que me haya terminado de leer toda la biblioteca. No es para tanto. Con el último soplo de vida apagaré la vela del último cumpleaños que me celebre cantando.

Llegado a los 80 que comienzan al cumplir los 79, o sea entrando al noveno piso, me maravillo de conservar en vinagre el gusto amoroso por las lolitas, según las clasificó Nabokov, de cuya literatura me nutro, y lo que es peor, que me sigan haciendo caso al salir de mis conferencias, y mejor aún, que en ocasiones las de la iniciativa sean ellas. Desde luego que no de doce, como en la cartilla del ruso blanco, sino por lo menos del doble, victorias regias. Esos 24 tenía la hoy mi señora, cuando me cayó entre brazos y pecho como balón de penal bien atajado. Viejo verde perfumado de Vetiver de Carven sonriéndole al poniente con el bastón en la mano. Petimetre de gancho con el démon de midi. Picaflor que deja intactas las flores en sus floreros de las que a lo sumo pellizca y se lleva a la boca un pétalo.

Todo esto en las paralelas calendas cuando el señor de Casanova ya había colgado los hábitos que sabemos para dedicarse a contarlos en buena prosa, y el buen señor De Sade se dedicaba a montar sainetes en el asilo de locos que le concedió la revolución francesa.

Desde que cumplí 20 me vengo celebrando y cantando por la fecha del onomástico en una especie de cuaderno de bitácora con los datos del acontecer luminoso cuando no nebuloso, pero me sugieren los consuetas que mejor vaya dirigiendo el canto a la parca que detrás de cualesquier de las cuatro esquinas de este ring que es la vida me está esperando, y que me vaya poniendo en paz y a salvo con mi conciencia por si le toca rendir cuentas en alguno de los juicios finales que nos esperan.

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