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El pasado 23 de enero se conmemoraron 61 años de la expulsión del poder del dictador Marcos Pérez Jiménez.

27 de enero de 2019 Por: José Félix Escobar

El pasado 23 de enero se conmemoraron 61 años de la expulsión del poder del dictador Marcos Pérez Jiménez. Un grupo de militares venezolanos lo derrocó cuando le dio por aferrarse al cargo, tras una decisión plebiscitaria en su favor. Hay que reconocer, sin embargo, que a Pérez Jiménez, para muchos un siniestro represor, le debe Cali la construcción del conocido Edificio Venezolano. Después de la explosión de varios camiones cargados de dinamita en nuestra ciudad, Pérez Jiménez donó a las víctimas una edificación moderna para su época. De hecho los constructores eran amigos del dictador.

Y el pasado 23 de enero se produjo la tan esperada ruptura entre el mundo civilizado y la satrapía dirigida por Nicolás Maduro. Juan Guaidó, un joven ingeniero, hijo de un piloto comercial exiliado en España, decidió hacer valer la legitimidad democrática de la Asamblea Nacional y se proclamó ante una multitud como presidente interino de Venezuela, basado en la misma Constitución de ese país. La norma fundamental establece que ante la vacancia en el ejercicio de la presidencia, quién asume la dirección del Ejecutivo es el presidente de la Asamblea Nacional.

Al omnipotente Maduro se le ocurrió a comienzos de enero posesionarse para un nuevo período presidencial. Las elecciones del año pasado fueron ampliamente señaladas como fraudulentas. El Consejo Nacional Electoral que las dirigió es plenamente afín al chavismo. El Tribunal Supremo fue integrado por el régimen con candidatos chavistas. El único cuerpo político de Venezuela que ostenta una genuina legitimidad democrática es la Asamblea Nacional. Maduro, como es obvio, eludió posesionarse ante la Asamblea Nacional convirtiéndose en un usurpador del poder.

Venezuela no puede continuar por la senda del desastre que le ha marcado la revolución chavista. Contrastan la pompa y los lujos de los funcionarios públicos del chavismo con las harapientas imágenes de los miles de refugiados que ese régimen ha expulsado fuera de su país. Por ello algunos consideran que los chavistas secuestraron a una nación entera. Los burócratas, el ejército, los esbirros de la Guardia Nacional, los empleados de Pdvsa, sus familiares y los portadores del ‘Carné de la patria’ suman un poco más de 2 millones de personas. Este es el grupo que vive bien en un país de 31 millones de habitantes.

Como era de esperarse los ‘compañeros de viaje’ de la revolución chavista continúan apoyando a Maduro mientras que el resto del mundo civilizado ha secundado a Juan Guaidó. Por cierto ninguno de los países maduristas tiene límites con Venezuela. ¿Cabe preguntarle a Nicaragua, a Bolivia y a Cuba cuántos miles de refugiados venezolanos han recibido en sus países? Y a México, comandado hoy por el izquierdista López Obrador, cabe hacerle la misma pregunta: ¿Cuántos miles de refugiados venezolanos ha aceptado el gobierno de México?

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Ante un acto terrorista sólo es posible una condena franca, abierta y sin ambages.

El atentado que cobró la vida de 20 estudiantes de la Escuela de Policía General Santander es justificación plena para romper cualquier asomo de diálogo con los terroristas del Eln. La admisión de la responsabilidad por parte de los elenos extrae el acto y sus consecuencias del ámbito regional y pone el caso en manos de las organizaciones internacionales que luchan contra el terrorismo.

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