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La gran pausa

El mundo digital ha colocado a millones de seres humanos frente a las pantallas de los computadores y los teléfonos inteligentes.

22 de marzo de 2020 Por: José Félix Escobar

El mundo digital ha colocado a millones de seres humanos frente a las pantallas de los computadores y los teléfonos inteligentes. Es tal la fijación que para evitar la total dependencia los expertos recomiendan hacer con frecuencia pausas activas. Es decir, alejarse por momentos de la esclavitud de las pantallas, cambiar de ambiente, modificar el chip mental, ejercitar el cuerpo, y solo después volver a los trabajos digitales. De hecho, las pausas son totalmente recomendables.

Pero he aquí que un bichito hizo su aparición en la ciudad china de Wuhan a finales de 2019 y en cosa de tres meses puso el mundo patas arriba. De forma inesperada la enfermedad causada por el Covid-19 tomó por sorpresa a todos los salubristas del mundo, a pesar de las enormes cantidades de dineros públicos y privados que se dedican al cuidado de la salud humana.

La consecuencia directa de la epidemia ha sido la aparición del miedo: esa gran fuerza de las sociedades humanas que paraliza tanto como moviliza a las personas. En reciente columna el premio Nobel Mario Vargas Llosa se ocupa del tema para hacer notar que el miedo es el triunfo de lo irracional y del atávico temor a la muerte.

Todos tenemos que morir. Pero esta certeza no tiene por qué llevarnos a pasar por encima de la prudencia y de la serenidad. Que se sepa, el sistema nervioso no fue diseñado para pensar. Además, según Vargas Llosa, “es gracias a la muerte que existe el amor, el deseo, la fantasía, las artes, la ciencia, los libros, la cultura, es decir, todas aquellas cosas que hacen la vida llevadera, impredecible y excitante”.

Resulta que las autoridades resolvieron cabalgar en el miedo para atender las consecuencias del Covid-19. Como asegura el periodista catalán Lluís Bassets, “nada produce más cohesión que el miedo”. Hasta el propio Donald Trump, que en un principio restó importancia al llamado por él “virus chino”, se dio cuenta de que azuzar los miedos colectivos puede ser un arma electoral para detener al triunfante candidato demócrata Joe Biden.

Desde luego que la enfermedad respiratoria causada por el Covid-19 es de cuidado, sobre todo para los grupos de elevado riesgo. Pero no hay ninguna razón para convertir una pandemia en un pandemónium. Paralizar a todo el mundo, sanos enfermos, trabajadores y desocupados, personas activas y jubiladas, es un despropósito que se pagará muy caro.

El dilema en que han sido colocadas millones de personas es sumamente preocupante: los trabajadores independientes que viven con el producto de su labor diaria tienen que escoger entre fallecer de hambre o apuntarle a una lejana probabilidad estadística consistente en que se contagien por el Covid-19. Quienes exageran en la prevención quizás están tratando de ocultar con dramatismo lo que debieron haber hecho en épocas de normalidad.

El mundo ha sido colocado en una gran pausa pasiva. Detener las cadenas de suministro, paralizar la producción industrial, minimizar el consumo de los ciudadanos, etc., son conductas precursoras de una nueva recesión de alcance global.

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Para quienes no se han dado cuenta, Colombia es hoy una confederación de regiones, cada una con sus dinámicas económicas y sus particularidades sociales. El sistema unitario y centralista diseñado en las normas cada vez funciona menos en la práctica. Hoy se tiene que gobernar por consenso.

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