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El contrato social

Tambalea entonces la teoría del contrato social porque los ciudadanos de los países latinoamericanos no eligieron a sus gobernantes para que estos, de manera directa o indirecta, se enriquecieran con el producto de los sobornos

16 de julio de 2017 Por: José Félix Escobar

La lucha contra el absolutismo de los monarcas duró varios siglos. Reyes y emperadores creían tener un derecho divino para sojuzgar a sus pueblos. El despotismo llegó en el Siglo XVIII a límites intolerables. Atreverse a criticar al monarca significaba cuando menos, un severo castigo en las cárceles del reino. Todo comenzó a cambiar cuando a los franceses se les rebosó la copa, destronaron a los Borbones y llevaron a uno de ellos a la guillotina.

Los filósofos de esa época construyeron la teoría del pacto social para explicar el origen del poder encarnado en los gobernantes. Los ciudadanos eran libres e iguales entre sí, gozaban de similares libertades y prerrogativas, pero acordaban ceder una parte de sus derechos a unas autoridades comunes cuya misión consistía en guardar el orden y asegurar el cumplimiento de los fines del Estado. Esto constituye el fundamento del sistema democrático: el poder reside en el pueblo y los gobernantes son sus delegatarios.

La teoría del contrato social continúa vigente hoy como fundamento de las democracias electivas y representativas. En nuestro continente, salvo las conocidas dictaduras de Cuba, Venezuela y sus comparsas, se considera que los gobernantes son elegidos por los ciudadanos para que guarden el orden y sirvan a la comunidad.

Hasta que llegó Odebrecht. Un gigante nacido “en un país tropical, bendecido por Dios y bonito por naturaleza”. Este emporio de la construcción de infraestructura resolvió un buen día irse por la vía fácil de sobornar a todo el mundo para obtener grandes contratos. Su labor desestabilizadora ha puesto en jaque a casi todos los países iberoamericanos.

Desde que hace un par de años estallaron los escándalos de Odebrecht presidentes y expresidentes de distintos países del continente afrontan la persecución de la Justicia e incluso algunos de ellos ya se encuentran en la cárcel. Tambalea entonces la teoría del contrato social porque los ciudadanos de los países latinoamericanos no eligieron a sus gobernantes para que estos, de manera directa o indirecta, se enriquecieran con el producto de los sobornos.

Una profunda ola de decepción recorre al electorado de estos países. Las protestas y las críticas se multiplican contra toda una generación de servidores públicos rapaces que borraron los linderos de lo privado y lo estatal.

Se dice que “la naturaleza siente horror por el vacío”. Sentencia válida en todos los campos pues cada espacio que queda libre es llenado por algo o por alguien. El más grave error que los latinoamericanos podemos cometer tras la peste de Odebrecht, es alejarnos de la política entendida en el buen sentido.

Si los gobernantes han fallado es preciso escoger otros de mejores condiciones éticas. En las elecciones que se avecinan en países como el nuestro hay que buscar buenos candidatos y elegirlos, pero nunca alejarse de manera emocional e instintiva del ejercicio del poder ciudadano.

No olvidemos que espacio que queda libre en el espectro político es ocupado generalmente por los populistas, por los fundamentalistas o por cualquier perico de los palotes. No nos olvidemos de la reciente predicción de Diosdado Cabello siniestro dirigente de la dictadura venezolana: Cabello pronosticó que más temprano que tarde habrá un Chávez dirigiendo los destinos de Colombia. ¿Seremos tan torpes como para darle gusto?

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