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Todos amamos a Sofía

No soy de lágrima fácil y, además, padezco síndrome de ojo seco,...

6 de agosto de 2015 Por: Jorge Restrepo Potes

No soy de lágrima fácil y, además, padezco síndrome de ojo seco, que dificulta la posibilidad del llanto. En tres grandes tragedias que he sufrido, sí tuve que dar rienda suelta al dolor y lloré inconsolablemente. Menos mal que la ciencia produce tranquilizantes y ansiolíticos que ayudan en esos momentos de desesperación, cuando uno juzga que será incapaz de soportar esas penas dilacerantes.No conocí a Sofía El Khoury, la preciosa niña que muestran las fotos publicadas con ocasión de su muerte, al haber quedado atrapada su cabellera por la succión del drenaje de la piscina en un hotel de Turquía, en donde estaba de paseo con sus padres y su hermano menor. No conozco a sus progenitores, pero infiero que son personas de amplio reconocimiento social en Cali, como se demostró con las manifestaciones de afecto que ellos, y su hermana mayor Carolina Soto, recibieron cuando se agotaron las esperanzas de que los médicos del hospital israelí, adonde fue llevada para tratar de recuperarle el cerebro lesionado por la falta de oxígeno en los tres minutos que estuvo sumergida mientras le cortaban el cabello que permitiera sacarla a la superficie, pudieran salvarla.Desde el mismo día del accidente estuve pendiente de las noticias, como si de persona próxima a mi vida se tratara. Yo que soy liberal de misa diaria acudí a mis intermediarios celestiales del Templo de San Francisco, a quienes rogué que la salvaran, o que el Señor la llamara si iba a quedar con defectos neurológicos irreversibles.Cuando supe por la televisión la noticia del fallecimiento, no pude contener las lágrimas, que a despecho del ojo seco brotaron, pues nada es peor que la frustración cuando se ha tenido esperanza. Sofía en esos instantes no era la hija del matrimonio El Khoury Cepeda sino una de mis nietas adoradas, pues tenía la misma edad de María Antonia.Uno a veces pretende rebelarse contra los designios divinos, pues no alcanza a comprender que, si bien somos mortales, la muerte de una niña atrapada en el drenaje de una pileta de hotel de plurales estrellas escapa a la lógica, así digan que los elegidos de los dioses mueren jóvenes. Este dramático episodio de la muerte de Sofía es más terrible si se piensa en el escenario en el que tuvieron que actuar sus padres. La angustia mientras lograban sacarla de la alberca; las dificultades en países de lengua extraña, Turquía primero y luego Israel; el manejo psicológico del hermano viendo a su hermanita sin conocimiento; en fin, ahí tendrían los grandes autores de las tragedias griegas tema para una obra maestra sobre el dolor humano.Algún día he de conocer a los atribulados padres de Sofía para decirles que yo también sufrí la pérdida de un hijo, y que la pena que sentí fue tan devastadora que solo salí de ella con ayuda médica y con una fórmula que dio resultado: resolví convocar a Fernando a la hora en que asisto a misa en San Francisco, y siento que se acerca y que lo tengo a mi lado en la banca. A veces le pido pequeños favores, que los hace, y protección para la familia.Desde que practico esto, asumo que no voy a reunirme con él en las augustas salas de la Eternidad, sino que mañana en el oficio religioso volveremos a encontrarnos. Hace doce años cumplo con este ritual que me trajo la tranquilidad por la dicha del encuentro diario. Ojalá esta experiencia sirva a quienes padecen la pérdida de un hijo.

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