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¿Todo Fedegán?

Lafaurie está en todo su derecho de decir lo que le venga en gana sobre la política colombiana. Pero resulta que él es el presidente de la Federación Nacional de Ganaderos y no me parece de recibo que la cabeza de una entidad gremial respetable lance ese sartal de ofensas a la más alta autoridad del país.

27 de diciembre de 2017 Por: Jorge Restrepo Potes

El doctor José Félix Lafaurie Rivera es en la vida social un personaje de finas maneras, en quien se conjugan en sus venas la simpatía de la sangre Caribe y la muy noble francesa de sus antepasados por el lado paterno. Es hijo de un importante jefe conservador de la Costa Atlántica, y cónyuge de la muy exaltada bugueña María Fernanda Cabal Molina, furiosa representante a la Cámara por el Centro Democrático, que, como todos los que integran ese partido fundamentalista, juzgan que Álvaro Uribe Vélez es un ser superior que compite con el astro Sol, según expresó otra de sus obsecuentes servidoras, la senadora Paloma Valencia, derrotada en su pretensión de ser candidata a la presidencia por esa asociación de la más exquisita derecha.

Siempre había tenido en alto concepto al doctor Lafaurie, que fue vecino mío en alguna temporada en Cañaveralejo, e inclusive me invitó a que fuera a su casa de Bogotá a una reunión taurina que programaba para próximos días. No asistí y nunca lo volví a ver personalmente.

El cordial José Félix se ha convertido en uno de los máximos guerreros del uribismo y, con todo respeto, cuando leo o escucho lo que dice del presidente Santos, o del proceso de paz, o de las opiniones políticas que no coinciden con las suyas, se me antoja convertido en el Oráculo samario, que aparece ahora en el escenario criollo anunciando toda suerte de desgracias si no se le entrega el poder “al que diga Uribe” en la próxima elección presidencial.

Lafaurie está en todo su derecho de decir lo que le venga en gana sobre la política colombiana. Pero resulta que él es el presidente de la Federación Nacional de Ganaderos y no me parece de recibo que la cabeza de una entidad gremial respetable lance ese sartal de ofensas a la más alta autoridad del país. Ese burdo oficio déjeselo a su mujer, previa una que otra lección de historia porque todo indica que no aprobó esa asignatura en el colegio, pues todavía habla de la Unión Soviética, desaparecida en 1991, y que la masacre de las Bananeras ocurrida en Ciénaga en 1928 es un “mito histórico comunista”, cuando todos sabemos que fue un crimen de Estado atroz en el que el general Carlos Cortés Vargas, en pleno gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez, fusiló a más de mil obreros huelguistas de la United Fruit Company en la plaza de ese municipio del Magdalena, tal como lo testificó el embajador de Estados Unidos de ese entonces.

La representante Cabal queda como los perros en misa con las barbaridades que dice, pero al fin y al cabo ella tiene cierta inmunidad parlamentaria para soltarlas. El que no la tiene es su querido esposo que hace rato debió retirarse de la presidencia de Fedegán para salir a hacer política falangista y, de pronto, llegar al Senado para estar más cerca de su ídolo, el amo del Ubérrimo.

Cuando alguien ocupa sitio cimero en una entidad gremial debe ser cauto en sus expresiones pues la gente no distingue si habla la persona o habla el gremio que representa. Yo pregunto: ¿Todo Fedegán es uribista? ¿No habrá por ahí algún ganadero que piense diferente al irrespetuoso Lafaurie?

Debe haberlo, y si hay uno, uno solo, que no comulgue con las tesis totalitarias de Uribe, Lafaurie y Cia., eso nada más basta para que el belicoso presidente de Fedegán guarde silencio con sus desabrochados conceptos de la política nacional, o que se lance a la plaza pública, que es el sitio ideal para el debate.

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