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Si Darwin resucitara

He llegado a la conclusión de que el mundo ha tenido gobernantes perversos, y que en esa categoría hay que incluir a Trump

23 de diciembre de 2020 Por: Vicky Perea García

Si Charles Darwin saliera de su tumba y volviera con su cuento de la evolución biológica a través de la selección natural, explicada en su libro ‘El origen de las especies’, no albergo duda de que al examinar a Donald Trump dictaminaría que la distancia entre un antropoide superior y el payaso gringo es corta comparada con la larga que existe entre éste y Barack Obama, por ejemplo.

He llegado a la conclusión de que el mundo ha tenido gobernantes perversos, y que en esa categoría hay que incluir a Trump, pues si bien aquellos causaron tanto daño, no se ensañaron contra sus propias naciones, como lo hizo este despreciable sujeto, que llegó a todos los extremos de su vesania, lo que le hubiese dado tema a Charlie Chaplin para una nueva versión de ‘El gran dictador’.

Porque Trump parece que detestara a Estados Unidos pues durante los cuatro años de su horrendo mandato hizo todo lo que estuvo a su alcance para bajarlo del pedestal que ocupaba desde su victoria en la II Guerra Mundial, que terminó en 1945.

Su pelea con países amigos. Sus peleas con los competidores, como esa absurda con China, que lo único que logró fue elevar la importancia del gigante asiático en la geopolítica universal. Sus carantoñas con ese otro demente de Corea del Norte, su desprecio por la Unión Europea. Su salida del Acuerdo de París sobre cambio climático. Su odio por los inmigrantes. Y algo más grave: su ruptura del pacto sobre asuntos nucleares con Irán, que ha podido desembocar en una guerra.

Pero donde mayormente ha causado perjuicios es en el campo de la democracia norteamericana, pues al poner en duda el resultado de la elección presidencial echó un manto de sombras sobre el hasta ahora confiable sistema electoral de Estados Unidos.

Uno de los elementos esenciales de la democracia es que el perdedor reconozca el triunfo del vencedor. Desde antes de los comicios del 3 de noviembre, sembró la sospecha en cuanto al resultado, si le era desfavorable. Con esa estrategia bellaca polarizó a sus compatriotas, como si fueran colombianos, pues le copió a la secta fanática local el estólido calificativo de ‘castrochavista’, con el que señaló a Joe Biden y a Kamala Harris.

A pesar de los 7 millones de votos de mayoría que obtuvo Biden, le dio por presentar demandas de fraude en todos los estados de la Unión. Una a una los jueces, tanto republicanos como demócratas, las desestimaron. Cuando no tuvo otro recurso leguleyo acudió a la Corte Suprema, en la que de los 9 magistrados cuenta con 6 republicanos. Tacó burro, como dicen los billaristas, porque también perdió en esa instancia pues por unanimidad recogió el veredicto de las urnas.

Y cuando el Colegio Electoral sentenció que Biden obtuvo 306 votos sobre los 232 de Trump, montó en cólera, y ahí sigue dando patadas de ahogado.

Es tan torpe, que seguramente el 20 de enero, fecha prevista por la Constitución para la posesión de Joe Biden, tendrá la autoridad competente que expulsarlo de la Casa Blanca, utilizando la fuerza si fuere necesario. No creo que tenga ni el valor ni la dignidad de Salvador Allende.

Sin el poder absoluto que detentó en su cuatrienio, tendrá que enfrentar el arsenal de demandas civiles, fiscales y penales que ya tienen listo los demócratas para llevarlo a la cárcel, que es el sitio que le corresponde.

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