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Rojas Pinilla (2)

En aquel convite de la alta burguesía uno de los grandes de Colombia y prócer liberal, Darío Echandía, dijo en su discurso que el de Rojas no había sido un golpe de Estado sino un golpe de opinión y que la patria se había alzado no en armas sino en almas.

30 de junio de 2021 Por: Jorge Restrepo Potes

De una ingenuidad pueril, los liberales -yo entre ellos- nos regocijamos con el ascenso de Rojas Pinilla a la Presidencia porque eso significaba el fin de la dictadura laureanista, que se había propuesto -y casi lo consigue- hacernos desaparecer del mapa.

El más fuerte apoyo lo obtuvo Rojas del Partido Liberal. Y se dieron cosas increíbles, como el baile de gala que en honor del nuevo mandatario se celebró en el Jockey Club, epicentro de la más encumbrada clase bogotana. Al llegar el vehículo oficial con el presidente y su esposa, Carola Correa, como llovía intensamente, las señoras tendieron sus abrigos de visón para que la primera dama no ensuciase sus pinreles.

En aquel convite de la alta burguesía uno de los grandes de Colombia y prócer liberal, Darío Echandía, dijo en su discurso que el de Rojas no había sido un golpe de Estado sino un golpe de opinión y que la patria se había alzado no en armas sino en almas.

Ni este escribidor que era un mozo de 18 años, ni los curtidos miembros de mi partido, nos detuvimos a analizar lo que se nos venía encima. El gabinete que designó Rojas estaba compuesto únicamente por conservadores, no propiamente amigos de la convivencia con los contrarios. A la cabeza estaba, nadie más ni nadie menos, que Lucio Pabón Núñez, que había dejado su impronta sectaria como gobernador de Norte de Santander, y que ahora era el ideólogo mayor.

Tal como lo expresé en mi anterior columna, la luna de miel con él “teniente general jefe supremo” duró un año, hasta que al hombre se le salió el falangista que llevaba escondido bajo su uniforme, con el pecho “ulcerado de condecoraciones”, como dijo Jorge Zalamea.

Un día de agosto de 1955, Pabón -‘Pavor’, le decíamos- le aconsejó a Rojas que había que acabar con ese súperestado que era El Tiempo, diario que fue clausurado por decreto. Luego harían lo mismo con El Espectador. Se creó la Oficina de Información y Prensa del Estado -Odipe- y nombraron director a Jorge Luis Arango, un abyecto que censuraba a todos los medios de comunicación desafectos al régimen.
Para colmo, y con una millonaria inversión, resolvieron volver cotidiano el Diario Oficial, al servicio del régimen.

Rojas y su familia se dedicaron a los negocios, con el Banco Popular de caja menor y Carlos Villaveces, ministro de Hacienda, se hacía el de la vista gorda. El emprendimiento comercial tuvo éxito pues pudieron adquirir dos ingenios azucareros, Sincerin y Berástegui, en la Costa Caribe, y montaron inmensos hatos ganaderos. Dos hijos y una hija, de grandes condiciones empresariales ayudaron a incrementar el patrimonio familiar, y se convirtieron en potentados.

Gilberto Alzate, propietario y director de Diario de Colombia, tenía en la nómina a un joven y apuesto reportero, Samuel Moreno Díaz, a quien el ‘Mariscal’ convenció de que cortejara a la poco agraciada hija del presidente, María Eugenia, con tanta suerte que la llevó a los altares. De ahí surgen ese par de chicos, también grandes emprendedores, Samuel e Iván Moreno Rojas, de cuyas hazañas financieras está enterado el país. Ambos purgan largas condenas por unos dinerillos sustraídos del presupuesto de Bogotá.

El 10 de mayo de 1957, un paro patronal dirigido por Alberto Lleras Camargo sacó a Rojas del poder. El Senado lo declaró indigno, la Corte Suprema de Justicia lo rehabilitó, y por poco regresa a la presidencia por vía electoral. Pero esa es otra historia.

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