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¡Qué es eso, ‘Ivancho’!

Un asiduo lector dice que me he vuelto predecible porque en todos mis escritos me refiero a Álvaro Uribe y a Iván Duque, con ácidas críticas.

13 de febrero de 2020 Por: Jorge Restrepo Potes

Un asiduo lector dice que me he vuelto predecible porque en todos mis escritos me refiero a Álvaro Uribe y a Iván Duque, con ácidas críticas. Esa censura me preocupó, busqué el archivo correspondiente a 2019, y de las 52 columnas, solamente en 9 mencioné a tan insignes próceres.

Le dije al amigo que soy comentarista político, que de vez en cuando salgo de la línea para abordar temas diferentes de la prosaica política criolla, y que citar a Duque y Uribe es casi una necesidad porque el uno y el otro son referentes del acontecer nacional, imposibles de soslayar. Creo que con ese arqueo quedó satisfecho.

Hoy tengo que volver con el tema porque es difícil sustraerse de comentar el tremendo oso siberiano, el ridículo de magnitud cordillerana del Gobierno que malgobierna ahora a nuestro país, con el vergonzoso episodio de Aida Merlano.

De pronto Duque, con su inexperiencia y porque él no ha podido entender que es el Presidente de la República, haya pensado que demandar de Juan Guaidó la devolución de la exsenadora para que venga a su patria a pagar condena, ahora agravada con el delito de fuga de presos, era lo indicado. Se le perdona su candidez. Pero que la canciller, la ilustre vallecaucana doña Claudia Blum, y su ministra de Justicia Margarita Cabello Blanco, expresidenta de la Corte Suprema de Justicia, no cayeran en la cuenta de la estupidez en que iba a incurrir el Gobierno del que forman parte, y trataran de impedirla, clama al Cielo y dan a entender que ninguna de las dos le sirve bien al jefe.

Juan Guaidó es un mozo valiente que se ha atrevido a desafiar la tenebrosa dictadura de Nicolás Maduro, y su fantasmagórica presidencia interina de Venezuela ha sido reconocida por más de 50 países del mundo, incluido el nuestro.

Pero Guaidó no tiene ni la capacidad ni la fortaleza para despachar favorablemente la petición de trasladar a Merlano a Cúcuta y ahí ponerla a disposición del Inpec. El buenazo de Juan no tiene mando sobre un policía venezolano, ni sobre un miembro de la Guardia Bolivariana.

Y si, por acaso, la Asamblea Nacional que preside Guaidó le pide a Maduro atender la solicitud colombiana, el antiguo chofer de camión rompe el oficio y resuelve conservar a la bonita barranquillera en un cómodo salón de Miraflores para que cante todo el cancionero que sabe sobre las movidas corruptas de la política en la Costa Caribe. Supongo que las casas políticas de la Arenosa han agotado las existencias de valeriana en las Supertiendas Olímpica de la familia Char, porque, según me informan, están con el Credo en la boca.

Como ciudadano colombiano imploro al presidente Duque que no nos haga quedar como un tiesto ante la comunidad internacional, que ya suficiente tuvo con el palurdo saludo que en nombre de Uribe le dio al rey de España, y con esa serie de infantilismos que ha cometido desde el lluvioso día de su posesión.

Lo peor que le puede suceder a un jefe de Estado es caer en el ridículo, pues eso da lugar a que todo el mundo se burle de quien lo comete. Las columnas irónicas de Daniel Samper Ospina y de Antonio Caballero; y las caricaturas demoledoras de Matador en El Tiempo, de Vladdo en Semana, y de Mheo en este diario causan mayores estragos que las protestas callejeras.

Tengo que exclamar ante el absurdo manejo que el Gobierno ha dado al caso de la señora Merlano: ¡Qué es eso, Ivancho, volvete serio, que ya estás muy crecidito!

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