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Oposición

Desde luego que fue inclemente la oposición que le armó Laureano Gómez a los cuatro presidentes rojos que gobernaron en el período 1930–1946.

24 de julio de 2019 Por: Jorge Restrepo Potes

Desde luego que fue inclemente la oposición que le armó Laureano Gómez a los cuatro presidentes rojos que gobernaron en el período 1930–1946. El jefe godo apelaba a todo con tal de vulnerar la ‘República Liberal’, lanzando especies mentirosas que sus parciales recibían como ciertas.

Se dice, falazmente, que Laureano Gómez tumbó al Partido Liberal del gobierno en 1946. No. Mi partido cayó del poder por la funesta división entre Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay, que nadie pudo conjurar, pues Alfonso López Pumarejo, que odiaba a ambos, cuando los liberales le pidieron decir por cuál de ellos votar, guardó silencio sepulcral.

Laureano era director-propietario de El Siglo-, un periódico que destilaba todos los días veneno contra el régimen liberal, y contra esa secta diabólica y comunista que acabaría llevando el país al desastre.
Además, juzgaba que los liberales –todos– eran enemigos de la religión católica, y con ese argumento metió al clero en la lucha política, al punto de que todos los candidatos conservadores a la presidencia los señalaba el arzobispo de Bogotá. Uno de ellos, monseñor Bernardo Herrera Restrepo, se ganó el odio de Gómez por haber escogido a Marco Fidel Suárez, a quien Laureano Gómez no dejó terminar el periodo.

Pero El Siglo era un periódico de precaria circulación, y las invectivas que vertía la bilis de Laureano se quedaban entre las paredes del diario. Algún chistoso años después, decía que a Cali llegaban tres ejemplares: uno para Álvaro H. Caicedo; otro para Rodrigo Bernal Molina; y el último que era devuelto por la agencia a Bogotá.

La iracundia de Gómez contra los presidentes liberales, especialmente contra Alfonso López Pumarejo, era terrible, pero quedaba enclaustrada en el recinto del Senado, pues si bien se trasmitían las sesiones por la radio, solo las escuchaban los fanáticos del jefe azul.

Recordando aquellos tempestuosos años de la política criolla, no puedo menos que intentar compararlos con los que ahora corren, y encuentro que es imposible pues la oposición que se le ha montado a Iván Duque es más recia y más devastadora, porque el actual presidente tiene un severo problema, aparte de su inexperiencia administrativa: no tiene un vocero que dé la pelea por él. Mejor dicho, le falta un Horacio Serpa o un Juan Fernando Cristo, y por eso se tiene que someter en solitario a las permanentes vaciadas de la oposición, que, además, controla el 75% del Congreso de la República.

Y no tiene prensa. La revista Semana, con sus seis columnistas principales –incluida Vicky Dávila-, lo muelen a palos. Y los grandes rotativos, El Espectador, El Tiempo, El País, El Heraldo –y todos los demás-, albergan en sus páginas a unos escritores cuyas críticas al Ejecutivo vienen in crescendo. Y el caricaturista Matador, lo ridiculiza todos los días, como hacía Ricardo Rendón con los presidentes de la hegemonía conservadora.

Santos aguantó el matoneo uribista por su altiva personalidad, y porque contó con el apoyo de casi todos los medios –prensa, radio y televisión-, que lo respaldaban. Solo lo agredían los del Centro Democrático, con Uribe al frente, pero ante sus andanadas, se encogía de hombros y esperaba tranquilo el fin de su mandato.

Duque también lo está esperando, pero él quisiera que fuera ya, porque lo convirtieron en trompo quiñador, y no tendrá descanso hasta que salga de la Casa de Nariño.

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