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No es, pero ya casi

Chocó, Cauca, Norte de Santander y otras regiones padecen hoy un duro conflicto, casi una guerra.

11 de mayo de 2022 Por: Jorge Restrepo Potes

Eduardo José Victoria, ilustre columnista de este diario y con cuya amistad me honró hace muchos años, censura en reciente escrito que haya gente criolla que le aplique al país un término escatológico, como si fuera la materia orgánica de tan difícil empaque cuando toca llevarla al laboratorio para que el médico pueda diagnosticar el desarreglo gástrico del paciente.

Yo no llego a tal extremo pues me parece injusto olvidar que somos una nación privilegiada, surcada por tres imponentes cordilleras y otras tantas arterias fluviales -Amazonas incluido- que garantizan mitigar la sed de la humanidad entera. Con preciosas costas sobre los dos mares, de las que pueden zarpar navíos hacia los mercados extranjeros. País de insinuantes centros urbanos, con universidades de prestigio. Y la gente…

Ahí está el detalle, diría el cómico mexicano. Una gente que lleva dos siglos odiándose los unos a los otros: los centralistas y los federalistas; los bolivarianos y los santanderistas; los conservadores y los liberales; y ahora los uribistas y el resto del país. En el Siglo XIX hubo siete guerras civiles, la última con saldo de 100.000 muertos en un país con sólo cuatro millones de habitantes en 1900.

Daniel Samper Ortega escribió un bello libro que leí con delectación en mi niñez: ‘Nuestro lindo país colombiano’. Ese es el país que yo desearía que existiera, y no éste, que sin llegar al límite que suscita la crítica del doctor Victoria, está al borde de un colapso y próximo a vivir un episodio que puede dar al traste con la débil democracia que tenemos.

Cuando escuché a diez oficiales retirados del Ejército -desde cabo a general- confesar ante la JEP que asesinaron a 120 personas inocentes a las que hicieron pasar por guerrilleros muertos en combate, me dolió que esos criminales fueran mis compatriotas. Qué sangre fría, qué desparpajo al narrar cómo fraguaron y ejecutaron los asesinatos. Como para una película de Quentin Tarantino, en la que corren ‘litros de sangre’.

No dice bien de la bondad de un país en el que la Constitución Nacional dispone que “la Fuerza Pública no es deliberante” porque si militares y policías entran en el debate político, entran armados, y entonces hay un desequilibrio total entre los adversarios, pero infringiendo esa norma el comandante del Ejército casa pelea con un candidato presidencial, e Iván Duque, que es el superior jerárquico del general Zapateiro sale a defenderlo en lugar de llamarlo a calificar servicios.

Chocó, Cauca, Norte de Santander y otras regiones padecen hoy un duro conflicto, casi una guerra. En las ciudades, tomadas por la delincuencia, sus habitantes están atemorizados pues no sólo los atracan para robarles sus pertenencias, sino que los matan para facilitar la acción criminal. Un monstruo viola a su hijastra de tres meses, que muere por la hemorragia que le sobrevino. Y ni hablar de la corrupción que se alza con recursos públicos que podrían destinarse a solucionar el hambre de tantos millones de colombianos.

En fin, “ésta es Colombia, Pablo”, como le dijo el poeta Jorge Rojas a Pablo Neruda. Yo, simple observador de los hechos, desearía que los que ven el panorama color rosa me convencieran de que nada de lo aquí dicho es verdad. Que son percepciones equivocadas de mi cerebro y de mis ojos cansinos. Pero que, sí es cierto, hay que enviar a Colombia a examen de laboratorio.

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