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Mujer inolvidable

De muchacho, descubrí que las señoras de Tuluá hicieron en silencio la...

3 de julio de 2014 Por: Jorge Restrepo Potes

De muchacho, descubrí que las señoras de Tuluá hicieron en silencio la primera revolución femenina que se haya dado en Colombia al resolver en acuerdo tácito entre ellas, que jamás llevarían a cuestas el apellido de sus respectivos cónyuges, y mandaron el “de” al carajo.Es así como mi madre fue siempre Berta Lucía Potes, sin el Restrepo de don Fico, su marido. Y al forzar la memoria van desfilando, una a una, esas damas que se identificaban solamente con su primer apellido. En esa reseña aparece la inolvidable Nina Martínez, sin el González de su fiel Arcadio. Débora Guerrero, mamá de Libardo, sin el Lozano de don Alonso. Elvia Quintero sin el López de Arcesio, en cuya casa sus hijos hacían unas “repichingas” famosas. Antonia Lozano, sin el Roldán de don Roberto, vecino de la finca de mi familia y quien me obsequió la primera novillona a la que puse mi marca. La hermosa Lady Zuluaga, a quien nadie reconoció con el Gutiérrez de su amado Abel. Blanca Sandoval nunca usó el Vélez de mi entrañable Adolfo. Otra Blanca – la hija de don Rosendo Zapata -, jamás llevó el Correa de Álvaro. Maruja García y René Ortega no cargaron el Cruz de Mario y Ramiro.Aquí llego a Maruja Gardeazábal, bautizada María, fallecida hace pocos días en El Porce, la finca de su hijo Gustavo, quien tampoco se distinguió con el Álvarez de Evergisto su marido, y esa puede ser la razón por la que su vástago, el consagrado novelista siempre usa el apellido materno. Nadie en Colombia le dice Gustavo Álvarez: es Gardeazábal, con toda la resonancia vasca que ese apellido encierra y que él ha engrandecido con su pluma y su brillante inteligencia, que lo tienen hoy, desde “La Luciérnaga”, como uno de los máximos periodistas colombianos, odiado y amado al tiempo pues levanta ampollas pero también exalta a quienes él considera dignos de su elogio.Maruja Gardeazábal nació en el hogar que formaron don Marcial Gardeazábal y doña María Rodríguez. Don Marcial era, por antonomasia, el librero del pueblo, y en la esquina del Parque Boyacá, frente a la iglesia parroquial, estaba su librería en donde muchas veces entré con mis padres y abuelos a comprar los libros de los que me antojaba, con esa fiebre por la lectura que siempre he tenido. Todos los hijos de esa pareja, hombres y mujeres, fueron personas a las que todos queríamos.Con uno de ellos, Chalo - bautizado Marcial como su padre – tuve cordial amistad pues él y mi papá eran íntimos amigos y a ello se debió el cuentazo del cohete interplanetario que aseguraron iban a lanzar desde “La Colina”, la finca de los Lozano Guerrero, en una de las ferias tulueñas. Chalo fue un personaje y a pesar de su tartamudez, una noche lo anunciamos como orador en manifestación liberal y cuando pidió minuto de silencio por los copartidarios muertos en la violencia, dijo un ingenio lugareño que estaba a mi lado: “ya se trabó este berraco gago”. Todos fuimos amigos de Chalo pues a todos abrió su generoso corazón.Al morir Maruja Gardeazábal, hay que decir que ella encarnó el señorío de las mujeres tulueñas de su época. Volcó todo su amor en su familia y dedicó su vida a servir el prójimo, de acuerdo con sus profundas convicciones religiosas. Les queda a sus hijos el orgullo de haber tenido una madre admirable y a sus amigos la imagen inolvidable de esta bella mujer, que fue bella hasta el día de su muerte.A Gustavo y sus hermanos un abrazo sincero de condolencia.

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