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‘Junior’

Nunca he considerado buena la idea de algunas parejas de acomodarle a uno de sus hijos, especialmente al primogénito, el mismo nombre del padre.

14 de octubre de 2020 Por: Jorge Restrepo Potes

Nunca he considerado buena la idea de algunas parejas de acomodarle a uno de sus hijos, especialmente al primogénito, el mismo nombre del padre, porque el neonato en la pila bautismal no puede ejercer el legítimo derecho de defensa y tiene que limitarse a patear por la molestia que le causa el agua fría revuelta con sal que el cura vierte sobre su testa. De allí en adelante, a llamarse como su ‘papi’.

Y digo que esa no es una buena idea, porque si el ‘taita’ es un prócer político, o un destacado empresario, o un científico descubridor de la vacuna contra el Covid-19, la gente cargará sobre los hombros del homónimo de ‘papi’ la responsabilidad de tener su mismo nombre, y se le exigirá alcanzar en la vida similar cota de excelencia.

A veces el chico -al que además le chantan un ‘junior’ extranjerizante para distinguirlo de su tocayo doméstico- resulta con inteligencia superior a la de quien colaboró para engendrarlo.

Pero esa es porción mínima. Por lo general, el tal ‘junior’ es un petardo que pretende vivir de la gloria ajena. Conozco plurales ejemplos de esa tragedia familiar causada por la arrogancia de quienes pretendieron fundar una dinastía, como la de los Borbones franceses, y ya se sabe cómo le fue al último Luis, el mediocre cónyuge de María Antonieta, que recibió sobre su noble nuca la lluvia de acero inventada por su compatriota Guillotin.

(Hablando de la Revolución Francesa, si Fernando Londoño escribiera hoy nueva versión de la ‘Historia de los Girondinos’ de Lamartine, diría que Luis XVI y su mujer fueron condenados por los castrochavistas Robespierre Cristo, Danton de la Calle y Marat Barreras, dirigidos por el traidor Jean M. Saints).

Carlos Holmes Trujillo García padece el síndrome de identidad pues es hijo de Carlos Holmes Trujillo Miranda, de cuya vida y obra soy testigo de excepción porque por varios años compartí con él el escenario político del Valle del Cauca por pertenecer al primer círculo del destacado líder liberal, y en nombre del movimiento que Trujillo acaudillaba, fui dos veces a la Cámara y una al Senado. Y en dos gobiernos departamentales ocupé las secretarías de Gobierno y de Justicia, en representación del ‘holmismo’.

No soy tan necio para decir que al actual ministro de Defensa le quedó grande el nombre de su padre. Es tan brillante como él; es tan buen orador como él; y sin ser tan apuesto como él, sus rasgos fisonómicos lo hacen muy parecido, excluido el coqueto capul.

Pero, he aquí que el ‘segundo Gaitán de Colombia’, como le gritaba la masa enardecida por su verba en la plaza pública, era un liberal auténtico, que se hizo con un lugar en la escena política nacional combatiendo en defensa de las ideas socialdemócratas, que eran las mismas del caudillo asesinado el 9 de abril.

Trujillo padre era un líder rojo que conectaba bien con las clases populares. Excelente abogado penalista, orador facundo, destacó tanto en el foro como en el Congreso. De vivir hoy, no estaría apoyando las tesis de extrema derecha que Álvaro Uribe pretende imponer a esta que él llama ‘mi patria’.

Juzgo que su vástago debe reflexionar y ser respetuoso del legado de su ilustre progenitor, que desde la otra dimensión observa acongojado que ‘junior’ haya abrazado la cartilla falangista, que es la antítesis de todo lo que constituye el ideario liberal.

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