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Italia irrespetada

Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor y estoy por tenerlo como...

23 de septiembre de 2010 Por: Jorge Restrepo Potes

Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor y estoy por tenerlo como cierto al comparar la diplomacia colombiana de hoy con la que hubo en otras épocas, cuando sólo los competentes –y decentes– eran llamados al servicio exterior.Empezando por los ministros de Relaciones Exteriores. Allí no llegaban los gamonales de la política ni los que arribaban a la cancillería en pago de favores prestados al presidente. Creo que Eduardo Zuleta Ángel, o Antonio Rocha, o Fernando Londoño y Londoño, no eran expertos en el arte difícil de conseguir votos, y menos entonces cuando los votantes no eran llevados a las urnas movidos por intereses subalternos.Y a las embajadas llegaban altos exponentes del señorío y de la intelectualidad colombianos. Alberto Lleras en Washington, Darío Echandía en el Vaticano, Guillermo León Valencia en España, Alfonso López Pumarejo en Londres, en fin, lo mejor de la tierra nuestra iba a naciones lejanas llevando el mensaje de la patria, término que entonces valía y en los últimos años tan manoseado que apenas significa ya nada.Cuando había problemas fronterizos el Gobierno llamaba a estadistas ilustres para que defendieran nuestros derechos en los foros internacionales: Eduardo Santos, en la Liga de las Naciones, que antecedió a la ONU; el maestro Guillermo Valencia para intervenir en el tratado de paz con el Perú después del asalto a Leticia; gente toda que calzaba alto coturno para llevar la vocería de Colombia en el exterior. Un secretario de Estado norteamericano dijo que el embajador colombiano Gabriel Turbay, al frente de la misión ante la Casa Blanca, era el mejor diplomático acreditado en la capital gringa. Allí también estuvo, brillante, Rodrigo Lloreda. Hoy todo cuán distinto, como dijo un poeta vernáculo. La mediocridad de los embajadores y cónsules es aterradora, y de la nómina apenas pueden rescatarse unos pocos que nos hagan quedar bien en esos escenarios de ultramar.A veces dan ganas de llorar, como exclamó otro poeta ¿Cómo así que un presidente en uso de sus facultades aparentemente sanas haya sido capaz de nombrar en Chile a un sujeto sindicado de un crimen ‘cantado’ con antelación al delito? ¿Cómo es posible que ante la Organización de Naciones Unidas se haya llevado un grupo de ineptos por el sólo hecho del parentesco con influyentes políticos? Este último caso provocó la renuncia de la embajadora María Ángela Holguín. Pero lo que ahora causa vergüenza es el tratamiento desconsiderado que el Palacio de San Carlos le está dando a Italia, una nación por mil títulos ilustre y en donde, en mi sentir, está la cuna de la civilización occidental, por encima de Grecia. Pues bien, allí han ido a dar especímenes del ominoso prontuario de Jorge Noguera, quien tuvo que volver del consulado en Milán para responder por graves delitos. De allá regresa Sabas Pretelt, embajador ante el Quirinal, a enfrentar el juicio que se le abrió por la tramposa aprobación de la primera reelección de Uribe. Y para Roma empaca maletas Andrés Felipe Arias, que en este instante atiende interrogatorio en la Fiscalía por el turbio asunto de Agro Ingreso Seguro.Desde esta esquina pido que se respete la patria de Dante, de Miguel Ángel, de Caruso, de Fellini, de tantos que nos dieron inmensas satisfacciones espirituales. Que la canciller Holguín, quien está recuperando el prestigio del ministerio, se amarre las bragas que tuvo en la ONU y proceda en consecuencia.

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