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Imperio del ridículo

Eso que no es ni de centro ni democrático, no existe. Lo que existe es el uribismo, ya en vía de extinción por fatiga del metal, como se prédica de los aviones que por obsoletos salen de circulación

4 de agosto de 2021 Por: Jorge Restrepo Potes

Quienes algo saben de ciencia política sostienen que cuando un partido de cualquier tendencia ideológica fracasa en su gestión de gobierno no puede pretender que uno de los suyos triunfe en la siguiente elección presidencial.

Es tan grande el desprestigio de Iván Duque que no veo cómo el jefe supremo y sus conmilitones puedan articular un discurso siquiera coherente para impetrar el favor popular con el propósito de que en 2022 otro de los suyos llegue a la Casa de Nariño, pues la debacle ya le pasa factura hasta al propio ex presidente, cuyo nivel de aceptación está por el suelo, y solo algunos de su secta fanática lo siguen viendo como el ser providencial que vino a salvar a Colombia de todo mal y peligro, como si antes de su advenimiento no hubiera país.

Los grupos políticos que sólo existen a la sombra de un líder, cuando éste empieza a declinar, no hay barranco que los ataje. Así ha sucedido en todos los rincones del mundo en donde han surgido seres mesiánicos, tal el caso de Hitler en Alemania, o de Mussolini en Italia, o de Franco en España, en los que el culto a la personalidad del führer, o del duce, o del caudillo, estaba por encima de todo raciocinio lógico.

En Colombia pasa algo similar. Ni con la lámpara de Diógenes se encuentra un compatriota de cualquiera de los sexos que ya se apropiaron de todas las letras del alfabeto, que acepte pertenecer al Centro Democrático, entelequia que sólo existe en los documentos aportados al CNE cuando se solicitó reconocimiento de personería.

Eso que no es ni de centro ni democrático, no existe. Lo que existe es el uribismo, ya en vía de extinción por fatiga del metal, como se prédica de los aviones que por obsoletos salen de circulación. La gente se cansó de Uribe, se hastió de sus bravuconadas, quedó extenuada tras veinte años de su paso por el escenario político criollo, en los que dividió a los colombianos en buenos y malos, hasta los muertos.

En los tiempos viejos se decía: si no le temes a Dios, témele a la sífilis, hasta que llegó el descubrimiento de Alexander Fleming, cuando sacó de un pinche hongo la penicilina, y se acabó el temor a la venérea. Yo diría que aquella lapidaria sentencia puede reemplazarse por ésta: si no le temes a Dios, témele al ridículo.

Pero parece que aquí muy pocos sienten ese temor cuando uno observa que hay más de cuarenta aspirantes a suceder a Duque, lo que nos lleva a considerar que ésta no es una nación seria, sino un campo de cultivo del más oprobioso ridículo. ¿Habrá alguien dispuesto a votar por Miguel Ceballos? ¿Y quién por Federico Gutiérrez o por Alex Char, un paisa y un corroncho a los que nadie sensato imagina sentados en el solio de Bolívar? ¿Y qué tal los exgobernadores liderados por Dilian? ¿Y los verdes, con un señor Amaya, que ni en su pueblo conocen?

¿Alguien con cinco dedos de frente imagina en la presidencia a la señora Cabal, cuya ignorancia es de magnitud cordillerana, como decía el profesor Luis López de Mesa para calificar algo de gran tamaño? Y sigamos con la lista: las senadoras Paloma Valencia, Paola Holguín o María del Rosario Guerra, dan ganas de llorar, como decía el poeta. Y de los varones uribistas, mejor no hablar, porque con todos no se hace un caldo.

Así, pues, que hay que ser menos ridículos, damas y caballeros aspirantes. Vuélvanse serios y quítense de las narices el distintivo de los payasos. Colombia merece respeto.

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