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Hallux valgus

Llevo con orgullo Potes de segundo apellido y me siento satisfecho de portarlo pues fueron todos seres humanos llenos de amor y solidaridad con la familia.

27 de febrero de 2019 Por: Jorge Restrepo Potes

No conozco a nadie que tenga Potes de primer apellido que no sea conservador, con tres únicas excepciones, todas tulueñas, pues en mi pueblo es donde más prolifera ese patronímico: mi madre, Berta Lucía, quien por haber casado a los 18 años con Federico Restrepo White y entrado a ese mundo radical de la familia creada por Benjamín Restrepo González y Alicia White Uribe, topó con un ambiente completamente rojo, y eso la llevó a convertirse en auténtica liberal; Gilberto, mi tío, quien cuando su hermana casó, él frisaba siete años y su cuñado se encargó de conducirlo por la senda del bien; y, por último, Gertrudis Potes, quien creció bajo la tutela del doctor Tomás Uribe Uribe y su esposa Luisa White Uribe, hermano y prima hermana, respectivamente, del general Rafael Uribe Uribe.

De resto, todos godos. Mi abuelo Ramón Lucio Potes reemplazó en la cabecera de su lecho el Sagrado Corazón de Jesús con inmenso retrato de Laureano Gómez, a quien él consideraba encargado por la Divinidad de librar a esta adolorida patria de los herejes liberales.

Llevo con orgullo Potes de segundo apellido y me siento satisfecho de portarlo pues fueron todos seres humanos llenos de amor y solidaridad con la familia.

Los Potes tenían una característica especial: todos sufrían de dolores intensos en los pies pues desarrollaban unos juanetes bilaterales apocalípticos, que les causaban sufrimientos atroces, al punto de que mi abuelo compraba zapatos y les hacía sendas perforaciones que le permitieran caminar sin el dolor de esas protuberancias óseas.

Yo, por razones explicables, no heredé el amor por la bandera azul porque mis pañales fueron rojos, y he seguido agitando ese trapo hasta el día de hoy.

Lo que sí heredé, sin haber podido repudiar la herencia, fue el tremendo hallux valgus, que es como lo médicos denominan el tal juanete, que es una palabra de mala reputación, porque podía elevarse a uno de los castigos que manda Dios para redimir a los pecadores.

Desde niño empecé a sentir los severos problemas que trae esa deformidad de la estructura de los pies, que me obligaba a sentarme cuando el trayecto peatonal era largo.

Entonces no había zapatos ortopédicos. Descubrí unas plantillas al llegar a la mitad de los años que tengo, y no podía pasar por una vitrina donde las exhibieran pues compraba varias creyendo que con ellas mitigaba el dolor. Después encontré en Estados Unidos calzado especial para las víctimas de ese flagelo, que de poco o nada servía.

Después de visitar número infinito de médicos en los últimos veinte años, todos coincidían en que la única solución era la cirugía, y como le tenía pavor al postoperatorio le sacaba el cuerpo olímpicamente, hasta que el Señor puso en mi camino al doctor Jorge Humberto Ramírez Varela, un ortopedista magnífico que me convenció de que mi único camino era el del quirófano, si quería liquidar el dolor que ha sido mi fiel compañero por años.

El 11 de enero ingresé a la sala de cirugía, y el médico tras cuatro horas de intervención en ambos pies logró volver normal el desastre, y luego de 35 días de quietud en casa retiró los largos clavos de más de 10 centímetros que atravesaban los dedos y me remitió a fisioterapia. Hoy el hallux valgus es pesadilla del pasado. La eliminación de los tenebrosos juanetes es una de mis mayores conquistas gracias a Dios y al doctor Ramírez, cuya competencia profesional corre pareja con su amabilidad y gallardía.


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