El pais
SUSCRÍBETE

El ‘ronco’ Becerra

Sentí inmensa nostalgia de los tiempos idos y tristeza de que en mi partido no haya gente de la integridad y de la lealtad liberal de Becerra Navia.

16 de febrero de 2017 Por: Jorge Restrepo Potes

Los cuatro hijos de Guillermo Becerra Navia liderados por Quico, tuvieron la idea de conmemorar el centenario del natalicio de su padre y para ese efecto convocaron a ‘La Guaca’ –la preciosa hacienda que les llegó por herencia– a amplio número de amigos del inolvidable ‘Ronco’ como todos lo llamaban, menos yo que por primera vez pongo ese apodo en el título de esta columna. Siempre lo distinguí por su nombre de pila.

Topé por primera vez con Guillermo cuando él y yo fuimos nombrados por el mismo decreto del gobernador Gustavo Balcázar, alcalde de Palmira y de Tuluá, respectivamente. Tiempo después, en una de esas fugaces uniones liberales que se dan en el Valle del Cauca, Becerra y yo aparecimos en la misma lista para Cámara de Representantes.

Era costumbre que los jerarcas del partido en el departamento, al término de una de esas multitudinarias convenciones rojas, con más aguardiente que programa, se reunieran en un salón del Hotel Aristi a integrar la lista de candidatos. En 1968, se inscribieron y resultaron elegidos Guillermo Becerra y José Fernando Botero por el balcarcismo; Néstor Urbano y Jorge Restrepo por el holmismo; Fabio Salazar por el pachoeladismo; y Ramiro Andrade por el lopismo.

En el Capitolio asignaron a Guillermo y a mí curules inmediatas, y de esa proximidad surgió una cálida amistad, pues si bien pertenecíamos a grupos rivales en el Valle, ambos éramos incondicionales amigos de Lleras Restrepo, a la sazón presidente de la República.

Guillermo montó apartamento en Bogotá, al que me invitaba con frecuencia a almorzar y a ingerir uno que otro whisky. Nos volvimos ‘cachas’ y viajábamos al terruño en el mismo vuelo los fines de semana. Por eso conozco detalles increíbles de lo que fue la vida de este vallecaucano sin par, como político, como persona y como exitoso hombre de negocios.

Quico leyó emotivo discurso pues el día del convite develaron él y sus hermanos un busto de Guillermo en el patio frontal de ‘La Guaca’, y durante el almuerzo pidió que los que supiesen anécdotas del ‘Ronco’ –así lo dijo– tomáramos el micrófono. Varios lo hicieron y yo evoqué una que pinta de cuerpo entero lo que fue Guillermo en la política.
Carlos Lleras asumió la presidencia y con una de esas cosas tan propias del prócer, asumió también la jefatura del liberalismo pues “si yo soy el presidente liberal, también soy el jefe del partido”. Algún valiente lo convenció que designara dirección alterna con dos senadores y dos representantes. Aceptó.

Fabio Salazar redactó carta al presidente pidiéndole incluir a Gustavo Balcazar en esa dirección alterna, que sería suscrita por los congresistas liberales del Valle. No vacilé en firmarla. Cuando Fabio le pasó el texto, Guillermo se negó a firmar. Salazar se disgustó y yo quedé perplejo. Al preguntarle la razón de su negativa, me dijo: “graba este consejo: el undécimo, no firmarás”. “Pero si tú eres balcarcista, ¿por qué no firmaste?” “Porque -respondió-, a Carlos Lleras no se le pueden dar órdenes. Allá verás la ‘emberracada’ del presidente”. Tal cual.

Coincidí de nuevo con Guillermo cuando Lleras aspiró a la reelección en 1978, en la que Julio César Turbay nos dio tremenda muenda. Desde entonces no iba a su finca. Sentí inmensa nostalgia de los tiempos idos y tristeza de que en mi partido no haya gente de la integridad y de la lealtad liberal de Becerra Navia.

AHORA EN Jorge Restrepo Potes