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El diablo es rojo

No sé cuál fue la esférica -iba a utilizar un vocablo más parecido a balón, pero me dio cierta pena- a la que se le ocurrió sacar a las patadas -término exacto- el simpático diablo rojo que exornaba el escudo del club...

24 de abril de 2019 Por: Jorge Restrepo Potes

No sé cuál fue la esférica -iba a utilizar un vocablo más parecido a balón, pero me dio cierta pena- a la que se le ocurrió sacar a las patadas -término exacto- el simpático diablo rojo que exornaba el escudo del club de fútbol América, para reemplazarlo con una insípida A, que desde luego sabemos que es la letra inicial del equipo, pero que no atrae el entusiasmo de sus fanáticos, entre los que me cuento, y reconozco sin reato que es una de mis tres pasiones vigentes.

Sería bueno recordarles a los autores de ese ridículo exorcismo, más propio de un tribunal de la Santa Inquisición de la Edad Media que de una moderna asociación deportiva, que ese diablillo con tridente y rabo terminado en puntiaguda lanza no tiene ninguna significación religiosa y que simplemente es una representación jocosa del personaje coeterno con Dios, que por no haber sido posible su eliminación, indica su fortaleza.

Ignoro a quien se le ocurrió situar al maligno en el escudo del club. No lo hizo como un reto a la Iglesia Católica, a la que tengo el honor de pertenecer, y a la que pertenece la mayoría de la hinchada roja, pero quien tuvo esa afortunada invención logró unirnos, y alrededor del dueño del averno se congrega la multitud de colombianos que en todos los rincones del país vibra de emoción con los triunfos y sufre hasta el llanto con las derrotas.

Confío en que el buen criterio de don Tulio Gómez, principal accionista del equipo, ordene que más pronto que tarde se abra la puerta de Cascajal para que nuestro querido Lucifer asuma de nuevo su puesto de titular en el escudo y se mande a la banca la insípida A, que para nosotros solamente significa la primera letra del alfabeto.

El Nobel de literatura Albert Camus escribió dos frases certeras: que la patria es la selección nacional de fútbol, y que el sitio en donde él era realmente feliz es la tribuna del estadio. Yo pienso lo mismo, y agrego que el único día en que los colombianos nos despolarizamos y abandonamos por unas horas la confrontación amarga, es cuando saltan a la cancha James Rodríguez y sus otros diez compañeros. Y también creo que no hay lugar en el mundo más grato que estar en el estadio cuando América juega, así sea perdiendo.

Alfonso Bonilla Aragón, uno de los mejores columnistas que ha habido en la prensa nacional -sus notas en este diario son antológicas-, dejó para la posteridad una frase que podía esculpirse en mármol en la sede del equipo: “América, pasión de un pueblo”. Tenía razón el maestro Bonar, pues la escuadra americana concita la emoción de las grandes masas populares porque hay hinchas rojos no solo en Cali sino en toda la geografía nacional, especialmente en Bogotá, en donde El Campín se viste de escarlata cuando salta a la grama el onceno vallecaucano.

Hay que introducir de nuevo el diablo teñido de rojo al escudo del América. Bien pueden regalarle esa simplona A cualquier equipo cuyo nombre empiece por tal letra. El día del regreso del inquieto diablillo al pecho de los jugadores será gloria para los millones de fanáticos, que estamos emberracados por esa insólita expulsión, más propia de monseñor Miguel Ángel Builes, que debe estar sudando en el séptimo círculo de La Divina Comedia.

Como Bonar sí está en las canchas celestiales, debe interceder para que no haya ninguna objeción por inconveniencia para el regreso de don Sata, como confianzudamente lo llamaba Cantinflas.

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