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El deporte como lenitivo

Somos seres difíciles de entender los colombianos, a los que parece que...

23 de agosto de 2012 Por: Jorge Restrepo Potes

Somos seres difíciles de entender los colombianos, a los que parece que nada nos uniera ni nada nos importara. Aquí no hay grandes solidaridades ante las inmensas tragedias que frecuentemente nos azotan, pues siempre pensamos que esas desgracias son de otra gente y que a nosotros no nos llegan. No ha habido ni siquiera la gran movilización para librarnos de los criminales que se adueñaron del país desde hace más de 50 años, y siempre vemos a los vándalos lejanos, como si no estuvieran aquí, a la vuelta de la esquina.De pronto surgen iniciativas que hacen renacer la esperanza, como fue la gran marcha del 4 de febrero de 2008, pero todo terminó allí, y creo que los países extranjeros nos ven como una nación indolente ante sus infortunios para los que, por fortuna, tenemos capacidad de recuperación. Así con los crudos inviernos, así con los veranos agostadores, así con las horribles masacres, y con esta violencia diaria que en otra parte haría imposible el entramado social, o habría surgido un éxodo como el que se vio en los tiempos atroces de Europa durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente con la persecución nazi al pueblo judío.Pero resulta que a pesar de sus adversidades, las encuestas muestran que Colombia es una nación feliz, una de las más felices del planeta. A mí saber eso me causa gran placer pues recapacito y llego a la conclusión de que a pesar de todos los contratiempos, los colombianos buscamos con denuedo la felicidad, y nos pegamos de cualquier pretexto para sonreír, y aún para reír a mandíbula batiente.Ahora hay algo que definitivamente nos une, y es el deporte. Cuando juega la Selección Nacional de fútbol, el país se paraliza frente a los televisores para ver al equipo, que cuando triunfa, todos nos sentimos copartícipes del triunfo, y cuando pierde, todos perdemos y hasta saltan las lágrimas de amargura, como cantaba Alfredo Sadel.La competición olímpica de Londres ha despertado un sentimiento colectivo que no veíamos hace mucho tiempo, o, por lo menos, yo no lo había observado jamás, ni siquiera con el 5-0 que le encajamos a Argentina en el Monumental de Núñez en Buenos Aires cuando las eliminatorias al Mundial de Estados Unidos, en el que hicimos una humillante presentación. Pero la emoción que despertó la medalla de oro conseguida por Mariana Pajón, y las de plata y bronce de sus compañeros de delegación, nos hizo subir el patriotismo a niveles que hicieron saltar el mercurio de los termómetros.Todos nos vimos representados por esos muchachos y muchachas, casi todos de humilde extracción, que subieron al podio en suelo británico, y allí todos subimos con ellos. Con la patria en el corazón. Con el orgullo colombiano. Con el “Oh, gloria inmarcesible”.¿Por qué no somos así en todo? Sería lindo que no solamente el deporte nos tatuara en el alma el tricolor de la bandera.Hay que destacar el empeño que ha puesto el Gobierno, que ha destinado grandes partidas del presupuesto para el ente oficial que dirige la actividad deportiva en el país, en todos sus aspectos. Es de confiar que este apoyo continúe sin recortes y antes por el contrario, incrementando las partidas para que en la justa prevista en Brasil en 2016 los nuestros regresen a Colombia con más oro del que llevaron los corsarios españoles a la metrópoli. Eso aumentaría los índices de felicidad criollos, representados hoy en la linda cara de Mariana Pajón.

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