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El ‘Castro- chavismo’

En un país de temperamento caliente como Colombia, en donde las pasiones...

3 de abril de 2014 Por: Jorge Restrepo Potes

En un país de temperamento caliente como Colombia, en donde las pasiones políticas lo han llevado a los peores extremos de violencia que lo hacen aparecer en el concierto mundial con tasas de homicidios verdaderamente horripilantes, no es sano que sus dirigentes exacerben los ánimos, por lo que los compatriotas no ven la política como un ejercicio civilizado a través del cual un partido que está en la oposición pueda alcanzar el poder para desde allí poner en ejecución su programa.Resulta que aquí el programa es lo de menos porque lo importante es agraviar al adversario y hacer correr la especie de que éste es un peligro para la estabilidad institucional, pues mientras más ofensas se lancen, el lanzador estima que crecen sus votos. Y los votos no crecen. Lo que crece es el sentimiento de odio que desemboca en guerra, la misma que hemos padecido, sin interrupción, durante los últimos 60 años, y que en el Siglo XIX fue causa de numerosas contiendas civiles que nadie entiende cómo pudo Colombia seguir siendo una nación, que según la célebre definición del filósofo francés Ernesto Renan, es un plebiscito diario.Como a mí, siendo un muchacho pero perteneciente a una familia que intervenía activamente en la política liberal, me tocó ver el cambio de gobierno en 1946 cuando Mariano Ospina Pérez, conservador, derrotó a los dos candidatos liberales, Gaitán y Turbay, cuyo odio recíproco fue imposible de aplacar. Gabriel Turbay murió en París al año siguiente y Gaitán asumió la jefatura única del liberalismo y era sabido que nadie podía derrotarlo en la elección presidencial de 1950.Allí empezó una etapa feroz de violencia y en el Valle del Cauca tuvo epicentro en Tuluá, así que yo no la conocí porque me la contaron sino porque la viví. Pero aquí no se trata de rememorar esos diez años que padeció el país ese flagelo hasta que se firmó la paz del Frente Nacional, que no fue otra cosa que la repartición ‘miti-miti’ del presupuesto y de los puestos públicos.Lo que pretendo decir es que lo que mayormente contribuyó a ese estado de cosas -hasta muertos hubo en la Cámara de Representantes- fue el tono beligerante que se usaba en las discusiones políticas, así fueran en reuniones sociales. Y como las sesiones del Congreso eran radiodifundidas y los periódicos eran totalmente partidistas -El Tiempo y El Espectador, liberales, y El Siglo, conservador-, radio y prensa servían de altavoces de los insultos en las peroratas de los dirigentes.Ahora se está viendo -y oyendo- diatribas similares. Como tengo la memoria intacta, cuando escucho de vez en cuando el programa radial de Fernando Londoño Hoyos, no puedo menos que recordar aquellos años en que se gestó la violencia, precisamente por la iracundia de los participantes en la gresca política.En aquel entonces, la derecha vinculaba al liberalismo con el Partido Comunista y todo lo que sucedía lo atribuía al Comunismo Internacional. Ahora Londoño, que es conspicuo vocero de Álvaro Uribe, afirma que el presidente Santos es un epígono del ‘Castro-chavismo’ y que pretende conducir a Colombia por la misma senda de Cuba y de Venezuela.Esa infamia no luce en ciudadanos como Uribe y Londoño, que tienen responsabilidades políticas ineludibles, entre otras la de no encender las pasiones sino la de calmarlas para que el país logre alcanzar la anhelada paz, que ellos y sus familias también tiene derecho a disfrutar.

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