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D10S

Juzgo que Maradona vino al mundo con la única misión de ser estrella del fútbol. Sus errores sólo a él perjudicaron.

16 de diciembre de 2020 Por: Vicky Perea García

Soy rendido admirador de ese genio del dibujo que fue Joaquín Lavado -Quino-, el inmortal creador de Mafalda, Susanita, Manolito, Libertad y Felipe, niños que vertían en la ‘tira’ verdades filosóficas y políticas nunca antes vistas en ese género del periodismo.

Más que Mafalda y su combo de amigos, a mi me entusiasmaban más sus caricaturas que aparecían en la última página del suplemento literario de El Tiempo, y después en este periódico.

En uno de mis viajes a Buenos Aires compré ‘Todo Mafalda’, que aumentó el peso de mi equipaje. En otro paseo adquirí ‘Esto no es todo’, que guarda los mejores dibujos, caricaturas digamos, con sus textos inteligentes y urticantes.

Traigo a Quino a colación pues me llegó un meme de alguien que protestaba porque la muerte de este argentino no tuvo la resonancia mundial de la de Diego Armando Maradona, ambos fallecidos este año.

Tengo un concepto diferente. El uno -Quino- causaba admiración por su genialidad en cierta élite que veía en él a un dibujante excepcional que mostraba con su ácida plumilla profundas verdades sobre las mezquinas sociedades actuales.

Maradona era un ídolo universal en ese culto que es el fútbol, en el que oficiamos millones de personas. Diego es uno de los integrantes del sexteto en el que fulgen a su lado Alfredo Di Stéfano, Johan Cruiff, Pelé, Cristiano Ronaldo y Lionel Messi. Tres argentinos, un holandés, un brasileño y un portugués.

Esto de la nacionalidad es importante pues nadie como Maradona -ni siquiera Gardel- ha interpretado mejor el modo de ser de su gente.
Nacido en un asentamiento en la periferia de la gran ciudad austral, vivió una niñez envuelta en la pobreza familiar. Su único juguete era un balón.
Jugó aún ‘pibe’ en Argentinos Juniors y antes de cumplir los 16 ya estaba en la primera división del torneo gaucho con ese equipo.

Luego de perder la absurda guerra por las Islas Malvinas, Inglaterra se convirtió en el más odiado país para los argentinos. Por eso el partido del Mundial del 86 en México en el que Maradona hizo los dos goles que eliminaron a los británicos, fue para ellos una retaliación, y su artífice fue elevado a categoría de D10S, con el 10 suyo en la mitad.

Nunca vi en eso algo profano. No le estaban montando un rival al Padre Eterno. Simplemente era llevar a su compatriota al altar del amor de su pueblo. Un dios profano, sí, pero un ser que supo meterse en el corazón de millones, no sólo argentinos sino de todo el mundo.

Tuvo sepelio de jefe de Estado. Sus restos fueron velados en la propia Casa Rosada, sede del Gobierno argentino, en la misma sala donde se veló el cadáver de Eva Perón, otra deidad de sus conciudadanos.

Sus defectos no alcanzan a desdibujar la grandeza de este ‘Pelusa’ de zurda magistral, que logró que ante su féretro dos hinchas, uno de Boca Juniors y otro de River Plate se fundieran en un abrazo bañado en lágrimas. Ya no hubo diferencias fanáticas. Los unía lo que le debían: tanta felicidad que produjo en las canchas.

Daniel Avellaneda, conocido periodista deportivo de Buenos Aires, escribió: “Argentina seguirá adelante, pero ya no será la misma. Murió Diego y con su partida, un trozo de nuestra identidad”.

Juzgo que Maradona vino al mundo con la única misión de ser estrella del fútbol. Sus errores sólo a él perjudicaron. Sus cinco hijos le expresaron sentimientos de amor y gratitud en sus exequias, lo que quiere decir que no todo era malo en su conducta personal.

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