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Confesión indivisible

Se requiere alta dosis de torpeza o estar enceguecido por la pasión política para no reconocer la excelente gestión de Santos en su segunda administración

29 de marzo de 2017 Por: Jorge Restrepo Potes

Voté a Juan Manuel Santos en 2010 por las razones que he expuesto varias veces en esta columna, a pesar de que era el candidato apoyado por el presidente Álvaro Uribe, pues estaba seguro de que el exministro de Defensa no iba a ser títere del mandatario saliente, tal como sucedió y que le ha valido ese odio feroz que le ha causado tantos traumatismos al Gobierno.

Sí participé en la campaña de 2014 como miembro del Directorio Liberal Departamental, y porque consideraba bueno para Colombia que Santos continuara al frente de un gobierno que había hecho mucho en esos cuatro años en los que asestó golpes contundentes a las Farc, que llevaron a esa guerrilla a sentarse a la mesa de negociación.

Se requiere alta dosis de torpeza o estar enceguecido por la pasión política para no reconocer la excelente gestión de Santos en su segunda administración, en la que aparte la terminación del conflicto con la más sanguinaria guerrilla, el país es otro, no solo por la recuperación de la paz en casi todo el territorio nacional, sino también porque el progreso en infraestructura está a la vista: hay 33 autopistas 4G; se han rehabilitado 664 kilómetros de carreteras; hay 21 aeropuertos nuevos y 30 más en obra. Se ha llevado agua potable a casi todos los municipios que carecían del líquido vital.

En educación se han realizado programas sensacionales como el de tener hoy más de 30 mil estudiantes pobres en las mejores universidades de Colombia, con todos los gastos cubiertos por el Estado; y la cobertura en salud es mejor que la que había antes de acceder Santos al Gobierno.

Santos ha tenido la más agresiva oposición que registran los anales históricos del país. La que montó Laureano Gómez contra los regímenes liberales -1930 a 1946- era una fiesta infantil comparada con la que le ha orquestado Álvaro Uribe a Santos para la que nada de lo que haga el Gobierno le satisface y a todo le encuentra un pero.

Ahora enfrenta el Presidente el escándalo de los sobornos de la multinacional Odebrecht, cuyos tentáculos corruptores alcanzaron a casi todos los países del continente americano. Pero hay que analizar con cabeza fría lo que ocurre para no provocar un sismo político de consecuencias gravísimas.

La confesión de Roberto Prieto, partícipe de las dos campañas de Santos, es indivisible. Dijo Prieto en entrevista en Blu Radio que los dos millones de afiches para la primera fueron cancelados por la firma constructora, en una “operación irregular”, según sus propias palabras, que seguramente excedía los topes permitidos para la financiación de campañas políticas.

Pero si le creemos a Prieto lo de los US $400.000 entregados por Odebrecht, también hay que creerle cuando dice que el candidato Santos no sabía de ese tema. No se puede aceptar como verdad inconcusa lo que perjudica al presidente y desconocer lo que le favorece: la confesión de Prieto, repito, es indivisible, salvo que otras pruebas desvirtúen lo afirmado por él en ese programa radial.

No la tendrá fácil el presidente en los 17 meses que le faltan como inquilino de la Casa de Nariño. A mí no me preocupa que su favorabilidad esté baja porque él no es candidato a nada y solo espera que llegue el 7 de agosto de 2018 para la transmisión del mando. Pero le tocará sortear hasta entonces un ambiente enrarecido porque presiento que esto se convertirá en una gresca que dejará al país más fracturado de lo que hoy está.

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