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Billete de 100 mil

Ninguna más justa que la ley por la cual el Congreso autorizó...

28 de julio de 2016 Por: Jorge Restrepo Potes

Ninguna más justa que la ley por la cual el Congreso autorizó al Banco de la República para emitir nuevos billetes, entre ellos el de 100 mil pesos con la efigie de Carlos Lleras Restrepo, el más completo estadista que ha dado este país, que tuvo el acierto de elegirlo presidente, y luego el tremendo desacierto de derrotarlo cuando pretendió ser reelegido.El rostro que aparece en el precioso billete es el mismo con el que se hizo su triunfal campaña presidencial en 1966, cuando aún regía el Frente Nacional y el poder se repartía entre liberales y conservadores. No obstante, Lleras Restrepo imprimió a su mandato un sello de la más pura esencia liberal y, tal como prometió en sus discursos proselitistas, logró una verdadera transformación del país.Tuve el privilegio de pertenecer a la Comisión Primera de la Cámara de Representantes, en donde se surtieron debates de la difícil reforma constitucional, que se convirtió en acto legislativo en 1968, que pretendió modernizar la vetusta Carta de 1886. No se pudo modificar tanto como quiso Lleras porque en el Congreso había tenaz oposición a la reforma no solo conservadora sino también la de varios copartidarios, igual como sucedió en la ejecución de la Ley 135 de 1961, de reforma agraria, que fue saboteada por las derechas de ambos partidos, y luego sepultada en el gobierno de Misael Pastrana.Pero con la emoción que me causó el billete que llegó a mis manos por petición a la cajera del banco, quiero evocar a Carlos Lleras Restrepo no como el inmenso hombre de Estado que fue sino como jefe del Partido Liberal en la época más aciaga de la colectividad, en medio del turbión de violencia que tuvo que soportar entre 1947 y 1957.Al morir Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 por las balas asesinas disparadas por Juan Roa Sierra, el liberalismo que tenía a Gaitán por jefe único, quedó al garete, y pocos querían asumir el peligroso encargo de dirigirlo. Lleras pronunció la oración fúnebre en el sepelio del líder y allí quedó consagrado como su reemplazo, secundado por otros copartidarios, entre los que recuerdo al valiente Jorge Uribe Márquez, del ala gaitanista.Lleras se dedicó a no dejar perecer las ideas de centroizquierda del liberalismo, y eso le costó que tanto él como su familia padecieran persecuciones sin cuenta, como el incendio que arrasó totalmente su casa el 6 de septiembre de 1952, que les obligó a exiliarse en México, de donde regresó a colaborar con Alberto Lleras y los seguidores de Laureano Gómez para derrocar la dictadura de Rojas Pinilla.Yo fui carlosllerista desde muchacho porque en mi casa de Tuluá todos lo eran, y mi padre irreductible compañero de lucha del insigne dirigente. Ya en el bachillerato en Bogotá asistía a las sesiones del Senado para ver y oír a Lleras en esos candentes debates con los ministros de Ospina Pérez, que terminó clausurando el Congreso para eludir el juicio político que se le iba a seguir por tolerar los desmanes oficiales contra el pueblo liberal.Años después, la vida me dio la feliz oportunidad de compartir reuniones familiares en la casa de Lleras, y allí conocí de cerca la prodigiosa inteligencia de este estadista con pocos pares en la convulsa historia patria. Al concluir su gestión política fundó “Nueva Frontera”, la excelente revista semanal en la que prácticamente la escribía toda, como las entrevistas del bachiller Cleofás Pérez, antológicas.

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