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Asomados

Gertrudis Potes fue uno de los personajes relevantes en la Tuluá de la primera mitad del Siglo XX, aunque en la otra mitad -ya anciana- ocupó la alcaldía del pueblo por nombramiento que le hiciera el gobernador Humberto González.

8 de agosto de 2018 Por: Jorge Restrepo Potes

Gertrudis Potes fue uno de los personajes relevantes en la Tuluá de la primera mitad del Siglo XX, aunque en la otra mitad -ya anciana- ocupó la alcaldía del pueblo por nombramiento que le hiciera el gobernador Humberto González.

Pero lo que a mí me interesa es que ‘la señorita Potes’ -como todos la conocían- fue, sin ser pariente, eje en el que giraban las familias Uribe White y Restrepo White, pues por ser soltera se convirtió en una especie de hada madrina de ambos núcleos familiares. De hecho, fue madrina de bautizo de casi todos los chicos que iban naciendo: lo fue de mi padre, de mí, y de Fernando, mi hijo mayor.

Era lo que hoy llamaríamos una ejecutiva. Gerenció el Teatro Boyacá, y de allí surge mi afición al cine pues todos los días la acompañaba a vespertina, que iniciaba cuando el tañido de la campana de la iglesia parroquial marcaba las 6:30 p.m. Era joyera y la ‘Joyería Potes’ fue por años la más acreditada de la ciudad, y ella misma, con los crisoles y el oro, enseñaba a sus operarios.

Fue distribuidora en Tuluá de electrodomésticos, como las neveras General Electric, y los equipos de música RCA Victor. Esa compañía discográfica tenía por publicidad a un perro sentado en las patas traseras que miraba extasiado el parlante de un fonógrafo, dando a entender que estaba expectante por lo que saliera de la enorme corneta.

En Colombia se acuñó la frase que definía a la persona que estaba a la espera de algo que no se producía: “quedó asomado como el perro de la Victor”.

No sé si continúa la estupenda publicidad, pero me atrevo a decir que mis antiguos copartidarios liberales apadrinados por César Gaviria, han quedado como el simpático lebrel del aviso que pendía tras el escritorio de mi madrina Potes.

Porque no me vengan con el cuento que el desconocimiento que hizo el presidente Duque de los liberales, al no llamar a ninguno al gabinete ministerial, puede equilibrarse con la presidencia de la Cámara de Representantes y otros cargos en comisiones de esa célula.

Eso no lo dio Duque sino la costumbre congresional que reparte las dignidades entre los partidos de alta votación. Como los gaviristas sacaron el mayor porcentaje para Cámara, lo lógico es que les dieran la presidencia.

Pero cuando un partido celebra pacto político con un candidato presidencial es para que este, de alcanzar el poder, llame a colaborar en el Gobierno -especialmente en el gabinete- a miembros de las colectividades que le ayudaron al triunfo. Eso es lo normal.

Duque no se tomó ni la molestia de agradecer a los sedicentes rojos por la vergonzosa entrega que le hicieron de las banderas del Partido. Se limitó a agradecer a sus ‘bases’, sin que yo entienda qué es eso de las bases, a las que también invoca a cada rato Martha Lucía Ramírez.

El hecho es que los gaviristas quedaron asomados como el perro aquel que yo veía en la oficina de mi madrina. Algo parecido le sucedió a una chica tulueña en tiempos de mi juventud, cuando el pretendiente la engatusó y resultó encinta, lo que era terrible en épocas de mojigatería extrema. El mancebo puso pies en polvorosa y las malas lenguas del pueblo decían: “lo dio gratis”.

Así están los genuflexos gaviristas: lo dieron de gratis. Ni saludos les dio Duque, tan dado a transmitir saludos. Es un cataclismo lo que están viviendo esos que aún tienen el coraje de llamarse liberales.

A ellos, como a la muchacha tulueña, les debe apenar el paso en falso que dieron.

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