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Arena sin sangre

Por 20 años pertenecí al directorio de la Fundación Plaza de Toros,...

7 de marzo de 2013 Por: Jorge Restrepo Potes

Por 20 años pertenecí al directorio de la Fundación Plaza de Toros, que en virtud del contrato de arrendamiento suscrito con Plaza de Toros de Cali S.A., programaba las corridas decembrinas y vendía los abonos, y era una dicha ver cómo el público se volcaba sobre las taquillas de Cañaveralejo a mediados de febrero cuando se abría la venta de boletería y a fines de ese mes no quedaba ni el porcentaje de ley que debe guardarse para los días de corrida. Se vendía todo el aforo de la plaza y la empresa tenía desde un comienzo los fondos para la próxima temporada, sin tener en cuenta punto de equilibrio y demás monsergas de los economistas.Desde hace unos años, la gente fue perdiendo la cultura del abono y adquiere las entradas el día de la corrida. Ni siquiera averigua cuál ganadería se corre pues nadie, salvo unos pocos, sabe de fenotipos, trapío y demás jerigonzas que manejan los entendidos. Y como la gente no compra abonos, es inmenso el riesgo que se asume al contratar toreros caros pues no se sabe cómo será la respuesta del respetable, que si no asiste, se pierde plata.Círculo vicioso. Si no se contratan los astros consagrados de la torería, el público no va a la plaza, y si se contratan tampoco va y viene el desastre financiero. Hay malquerientes de la Fundación que le echan la culpa de la ausencia de aficionados en los tendidos a la pugna interna que durante años sostuvieron las dos entidades rectoras de la fiesta en Cali, Plaza y Fundación. Yo no acepto esa tesis simplista pues a la gente del común le importaba una higa que Fulano detestara a Zutano, porque aquel era de una entidad y este de la otra.Lo que pasó es que nunca hubo verdadera afición y el público que abarrotaba las graderías durante tantos años, cambió, y las nuevas generaciones empezaron a alejarse pues les caló la campaña antitaurina sobre el sufrimiento de los toros cuando son heridos por banderillas, puyas y estoques. Así de sencillo es el fenómeno: los muchachos no van a toros por lo dicho y porque se convirtió en espectáculo costoso. Para ver una corrida dos personas en tendido alto, con transporte, boletas y demás adehalas se necesitan $ 300.000, suma de la que un joven no dispone fácilmente.En grato almuerzo en casa campestre de Humberto Botero Jaramillo, autoridad en la materia, les preguntó a los invitados, que éramos cuatro viejos aficionados, qué opinábamos sobre la supresión de la muerte del toro en las corridas. Todos, menos él, votamos por el mantenimiento de la suerte suprema. A pesar de la derrota, Humberto hizo una brillante exposición sobre la conveniencia de acabar con el dolor de la res y dar las corridas, como en Portugal, con la belleza prolongada de los tercios de capa, banderillas con dispositivo que no penetra en la piel, y muleta, en los que reside la hermosura del espectáculo. La gente no va a la plaza a solazarse con la agonía del cornúpeta sino a ver esa especie de ballet que forman toro y torero. Terminada la faena salen los cabestros y el toro vuelve a los corrales en donde es sacrificado como las reses en el matadero, con el disparo en la testuz.Ensayemos ese estilo de corrida a ver si el público regresa a las plazas, empezando por la de Bogotá, en donde Petro dice que la presta siempre que el toro no sufra. Ahí está el remedio: corridas sin sangre en la arena, salvo la del diestro si es empitonado.

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