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Año peligroso

Hace años, en una de sus inteligentes ‘máximas mínimas’ el español Enrique Jardiel Poncela escribió que uno piensa en la muerte como una exposición de esculturas, a la que asistirá todo el mundo, menos uno.

29 de diciembre de 2020 Por: Jorge Restrepo Potes

En 1982 vimos en Colombia ‘El año que vivimos en peligro’, película australiana dirigida por Peter Weir, protagonizada por Mel Gibson y Sigourney Weaver, título que serviría para esta columna pues este 2020 quedará grabado en el disco duro de la memoria como el año más peligroso en mucho tiempo, porque en estos doce meses de pandemia los casi ocho mil millones que poblamos el planeta entendimos la fragilidad de nuestras vidas.

El mundo no había conocido en el último siglo una pandemia tan feroz como esta, pues si bien es cierto que tuvimos la gripa asiática hace sesenta años y luego más recientemente el VIH, el dengue y la chikunguña, ninguno mostró tanta letalidad, con el agravante de que nadie sabía cómo enfrentarla pues no existían fármacos ni vacunas, como las que ahora han salido de los más importantes laboratorios, y que nos han devuelto la esperanza de poder contenerlo.

Hace años, en una de sus inteligentes ‘máximas mínimas’ el español Enrique Jardiel Poncela escribió que uno piensa en la muerte como una exposición de esculturas, a la que asistirá todo el mundo, menos uno.

En mi caso -y con los largos años que Dios me ha permitido vivir- vi la Parca como alguien con quien jamás toparía. Con esta peste, caí en la cuenta de que nos ronda a todos, y cuando varios amigos y parientes fueron presas del virus, vi que la cosa iba en serio.

Al final de este año horrible, confieso que no me agrada esta fecha pues con ella evoco los años felices de mi infancia y primera juventud, cuando todos los miembros de las familias Restrepo y Uribe, ligados por los lazos inextricables de la sangre, se reunían en Tuluá en la casa de Gertrudis Potes, quien sin ser pariente de ninguna de esas dos ramas, era el eje sobre el cual giraban ambas.

Siempre he creído que “la señorita Potes”, como todos le decían, era madrina de bautizo de casi todos. Lo fue de mi padre, mía y de mi hijo mayor.

Ella sufragaba todos los gastos -lo mismo que los de la Navidad-, y al filo de las 12 los mayores brindaban con champaña francesa y los chicos con limonada. Humberto González Narváez, gobernador del Valle en 1967, le hizo el homenaje, ya anciana, de nombrarla alcaldesa del pueblo.

Ojalá la vacuna contra el Covid-19 llegue en febrero, como lo han prometido el presidente Duque y el ministro de Salud, el eficiente Fernando Ruiz Gómez, para que volvamos a una relativa normalidad, pues total no será fácil de lograr porque las secuelas tardarán años en desaparecer.

Pero esta peste nos dejará sabias enseñanzas. Entenderemos que somos “briznas de hierba en las manos de Dios”. Que hay que vivir el día de hoy, como si fuera el último. Que hay que ser felices con los seres que amamos. Que tenemos que ser tolerantes con los que no piensan como nosotros. Que hay que ayudar a los más necesitados en la medida de nuestras capacidades.

Colombia tiene retos para afrontar en el futuro inmediato, el primero elegir en 2022 un excelente presidente que reconstruya la unidad nacional y ejerza un auténtico liderazgo. Hay que declarar la guerra sin cuartel a la corrupción, pero no con discursos mentirosos sino con medidas contundentes contra los bandidos que se alzan anualmente con 50 billones de pesos del erario. Que haya servicio de salud para todos, y pronta y cumplida Justicia.

Esos son mis mejores deseos al terminar este año en el que vivimos en peligro.

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